domingo, 8 de abril de 2012

(31) Túmulo de vida


Luego de un sueño que pareció durar meses, Alejo respiró profundamente. El aire era fresco, tan fresco que producía un hermoso cansancio saborearlo segundo a segundo. Una suave fragancia a lluvia llegó al olfato de Alejo. El viejo abrió los ojos y trató de retener ese olor, no quería dejarlo ir, necesitaba conservarlo como si su vida dependiera de eso. Pasado un instante se sintió con la fuerza suficiente como para abrir sus manos. Ya no le ardían, incluso las sentía más suaves que nunca y tan firmes como si tuviera veinte años.
De pronto el aroma de lluvia desapareció, y la nariz del viejo se impregnó con un fuerte olor a tierra y a rezos. Era como si paladas de arcilla y barro estuvieran encerrándolo, aprisionando su cuerpo hasta ahogarlo. Entrando en cada uno de sus poros, limpiando uno a unos sus cabellos y metiéndose incluso hasta debajo de sus uñas. No era una sensación grata, pero de alguna forma Alejo la estaba esperando desde hacía mucho tiempo.

“Siempre sentí que iba a pasar por algo así. Vida y muerte, mis dos partes se unen y me muestran el camino. Odio a mi pasado, pero no quiero mi futuro”. 


El viejo estaba inmerso en pensamientos infantiles, mientras surcaba la ciudad de Nuestra Señora del Buen Ayre desde los cielos. Ahora sus ojos estaban abiertos, tan abiertos que no alcanzaba a comprender todo lo que veía. La gente, de tamaño similar a las hormigas, se dedicaba a vagar por el puerto para realizar las tareas cotidianas de un día común.
Si dejó de volar fue debido a una suave voz que lo llamaba con insistencia.
-Es Bianca, y yo no quiero ir –pensó Alejo mientras se asombraba de no poder disfrutar más de los limpios aires. 
Bianca lo tironeó fuertemente del brazo para despertarlo, pero fue inútil porque el cuerpo de Alejo no respondía, era como si hubiera dejado de tener masa y sólo conservara la vieja cáscara de piel.
Alejo, el viejo que estaba naciendo, se despojó de todo para encontrarse por última vez en el mismo lugar del principio. El único lugar donde se sentía cómodo, rodeado de la misma tierra que le proporcionaba su ansiada eternidad. La tierra de su nacimiento, la misma tierra que le proporcionó una vida, pero no la única, ahora estaba indicándole el camino a seguir.
Sus manos ahora sí ardían como la sangre que brota por el fuego, y la tierra que inundaba su boca y dominaba su olfato se volvió más antigua que nunca.
Numerosos quejidos provenientes de los silenciosos y honorables vecinos que se encontraban ubicados a su alrededor, lo invitaron a dejar de moverse. 

Ya no estaba solo.

jueves, 16 de febrero de 2012

(30) Camino alternativo

Jonás se encontraba corriendo con todas sus fuerzas. Se dirigía hacia la salida que se anunciaba como 'Lima'. Calle que cortaba la avenida principal, Brasil y en donde se encuentra el acceso principal a la estación de Constitución. Corrió hasta cruzar por completo aquel arco. Oficialmente estaba fuera de la estación. Oficialmente estaba dentro de la capital federal, dentro de la red.
El sol se sentia terrible sobre uno. Jonás comenzaba a sufrir el calor insoportable de la ciudad. Un calor incrementado al 13%, por la caprichosa 'Baires'.
Jonás miró a ambos lados de sí, miró hacia el frente. Decenas de personas corrian de aquí para allá, iban y venian todo tipo de hormigas, cucarachas y ratas.
Sobre la calle Lima, los comerciantes callejeros se ponian de acuerdo para custodiar sus pertenencias. En algún que otro caso, se trataba de mercancias especiales rotuladas con simbolos y colores dependiendo el tipo de cliente o fabricante.
Alguien que salia detrás de Jonás, empujo a éste haciendolo rodar por la acera. Rodó junto a una caja de carton repleta de muñecos del tipo figuras de acción de 'Las bolas del dragón' y 'Los Magníficos'.
El dueño de la mercaderia dió un salto y el multimercadito que reposaba sobre un par de caballetes, se sacudio perdiendo algunas linternas para lectores y cargadores universales de baterias de celulares.
Jonás tubo que despegar su rostro del aspero cemento de la acera, dejando un pequeño charco viscoso de sangre y espesa saliva, tan blanca como espumosa. De suerte - pensó - no dejé un molar sobre la calle. Se puso de pie y corrió hasta la avenida Brasil. Llegó hasta la plaza frente al complejo rencientemente abandonado y se dejó caer sobre la hierba, tan húmeda como picuda. Sintió la molestia del primer contacto con el pasto sin cortar pero se relajó al estirar las piernas. Se sentía cansado. Un bicho empezó a caminarle por la pierna izquierda pero no lo notó. Su cansancio era extrafísico. En ese momento, dos unidades de la policia federal se unieron al carnaval de patrulleros- frente a la imponente fachada de la estación de trenes. Seis uniformados descendieron de los respectivos vehículos y coparon las entradas en grupos de a dos efectivos.
Jonás continuaba tirado sobre el pasto de la plaza. Aún no reparaba en el bulto embuelto entre arapos, que llevaba consigo.
El interior de la cabeza de Jonás varias ideas se arremolinaban causando tal confución. ¿Sabía, acaso, de que se trataba todo aquello? Todo aquel alboroto... Y de repente recordó a un hombre que caía al suelo, todo cubierto su torzo de sangre. Jonás recordó que un trozo de tela habia sido desprendida de una bandera y un par de manos la sumergían en un recipiente plastico. Recordó la imagen de una botella de vidrio coronada con una flama anaranjada. Y a un oficial con un grueso escudo de la PFA. Aún veía la botella de vidrio estallar contra aquella defensa al tiempo que varios brazos de un tóno azul espectral cubrian al agente Barrios, que agitaba y contorsionaba todo su cuerpo acompañandolos con alaridos de dolor. Un segundo despues varios policias abrian fuego contra el manifestante de la molotov. Dieciocho balas entraron y salieron del cuerpo de un joven de dieciocho años.
Jonás recordó tambien, todos aquellos gritos y cómo estos fueron apagandose gradualmente ante los silbidos producidos por los plomos cortando el aire en dos, formando líneas de un uniforme vacío. Recordó el llanto silenciado de una joven mujer, fusilada mientras abonaba su llamada por locutorio. Jonás estaba en trance y podía volver a persibir aquellos olores a pólvora consumida, al cuero cabelludo chamuscado y a la carne quemada. Y por un momento se le cruzó por la mente el puesto de 'Carlito's Way II' y sus hamburguesas tostadas y recalentadas infinidad de veces. Pensó en cómo el hombre se cóme la carne. En cómo la quema, en como la hierve para deshacerse de sus fibras nerviosas o reducirlas a gelatina. Pensó en la sangre, en toda la sangre que se puede extraer de un pequeño cuerpo animal. Sangre perdida, pérdida de sangre y la voz cantarina de Donnatella, su prima, se le volvió a la mente. - Si no hubiesemos sido tan infantiles!
Jonás hubiese querido incorporarse en aquel instante, pero su agotamiento sólo le permitió abrir los ojos. Al hacerlo notó que una joven doncella que apenas superaba los diez años, depocitaba toda su atención en él. La niña lo miraba sin ver. Sus ojos habian comenzado a morir gradualmente hacía ocho años pero aprendió a utilisar sus otros sentidos.
Jonás sorprendido lógra incorporarse. Estaba a punto de ponerse de pié. A punto de ser consumido por la histeria y quebrarse allí mismo, cuando la niña se dejó oir. - ¿Porque lo hiciste? - Y jonás comenzó a recordar palabras de Donnatella. - '¿Porque lo hiciste, porque lo aceptaste?'
- ¿Porque lo aceptaste? - Volvió a preguntar la niña de cabellos oscuros.
El miedo invadió a Jonás mientras observaba la mirada muerta de la niña y empezaba a entender todo. Aquello que entre sus manos escondía lo escondía de sí mismo.
Sus dedos comenzaron a serpentear sobre aquel objeto, al tiempo en que Alicia separaba los labios y se le escapaba el discurso. Las palabras se le salian de la boca en el preciso momento en que las yemas de los dedos del joven, sentian algo tan helado como el hielo. - ¿Porque... - Jonás identificó, entre la tela del aquel bulto, algo así como un rodillo de metal. - ... has levantado - continuaba preguntando la niña. - Un acabado en madera. - Identificó Jonás. - ... has levantado el revolver? - Finalmente preguntó Alicia. Y Jonás ya tenía su indice sobre el fríó gatillo de aquella arma.
La niña lo miraba sin ver pero podia oler lo que dentro de aquel joven sucedía. ¿Era temor, era dolor? Alicia temió por el futuro de Jonás. Habia algo entre aquellos arómas que se desprendian del joven que le resultaba curioso. Al unísono Jonás se encontraba levantando el revolver y llevandolo hacia Alicia. La niña persivió otro aróma, mas lejano e instintivamente se salió de entre el arma levantada por Jonás y un muchacho que corría hacia ellos. En ese instante Alicia se dá cuenta que hacia varios minutos que no persibía el olor de su abuela.
Jonás se deja llevar y dispara contra aquel que lleva la camiseta con la leyenda ' genio independiente' y parte del grabado se desprende de la tela, a la altura del pecho. Un segundo disparo y aquel que los amenazaba cáe al suelo.
La niña pronunció unas palabras que Jonás nunca escucho y arrastrando al joven aturdido escaparon juntos hacia la iglecia detras de la plaza de Constitución.

sábado, 21 de enero de 2012

(29) In the wonderland...

Alicia tenía en frente a Jonás pero Jonás no la entendía. Alicia se encontraba extasiada, lo tanteaba entero con sus ojos muertos. Porque Alicia era ciega. Y Alicia era Alicia. No se trataba de una puber mas. No, Alicia era la octava maravilla viva, de carne y hueso. Una maravilla a la cual le latía el corazón. Y lo mas maravilloso era que Alicia lo olía entero a Jonás, y era un olor que Alicia no sentía desde que perdió su capacidad de ver.
Alicia iba en el asiento trasero del Renault 21 de su padre. Una escapada a Chascomus para pascuas. Papá, mamá, el pequeño Juan y Lázaro, un Pastor Belga de 10 meses acompañaban a la jovencilla maravillada con el viaje. Mientras Juncito lloraba y mamá intentaba calmarlo, papá se molestaba con los ladridos de Lázaro que, ocico fuera, se mostraba desafiante a todo vehículo que sobrepasara a papá, incluyendo algunos teros que merodeaban en la ruta. - Te dije que dejaramos al perro en lo de tu madre! - Papá perdió de vista la carretera por un momento. Miraba a mamá cómo limpiaba el vómito del pequeño Juan de su conjunto de verano.
- Ya sabés que mamá no tiene tolerancia a los animales! Y mamá ya está grande para soportar a un bicho como es Lázaro.
- Tu madre es una yegua, amor. - Papá sintió náuseas tras finalizar la oración.
- Lázaro no es ningún bicho, má! - reclamó la niña mientras divertida imaginaba a su perro con alas que salían de su lómo y ojos tan grandes y tan fuera de sus cuencas que le parecía una mosca. - Lázaro es un perro mamá.
- Ya lo sé, querida. Lo siento. - y luego de disculparse mamá miró tan severamente a papá! Y en un segundo su mirada se tornó en sorpresa y horror. Papá la miraba a los ojos. Parecía enojado. Pero un segundo despues entristeció, casi rompe en llanto. Sus ojos! Sus ojos se veían tan tristes a travez del espejo retrovisor! Papá me miró y luego la tristeza se volvió en pánico. Lázaro saltó a travez de la ventanilla del auto y pequeño Juan continuaba llorando en brazos de mamá. Entonces un fuerte estruendo se escucho y todo se tornó oscuro.
La abuela Melchora hablaba con alguien. Todo resultaba borroso.
- (...) si, es así señora.
- Pero entonces no se puede hacer nada?
- Lo lamento mucho. Y es un milagro que aún esté con vida.
- Pero doctor...
- Es un proceso. El daño en el cerebro es real y la pérdida de la vista puede ser gradual. Eso lo verémos a travez del tratamiento.
Sus ojos se abrieron y notó que el cuarto era pequeño. Una ventana mostraba un cielo despejado, lleno de estrellas y coronado por una luna tan plateada como sonriente.
- Abuela eso, que es? La anciana abandonó al médico y acudió rapidamente a su joven nieta, su único pariente.
- Que cosa, querida?
- Eso, fuera de la ventana. Me guiñó un ojo!
- No querida, eso que ves es la luna mas hermosa que haya visto! - Pero Alicia había notado algo más.
- No abuela, es un gato y me está sonriendo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

(28) Un mundo nuevo.

Jonás no tenía encima el boleto que demostrara que era un usuario de la empresa TBA, ese día. Aquel 1 de marzo nadie en toda la estación de Constitución llevaba un boleto consigo.
Las huelgas de empleados era normal en aquel rubro que son los medios de transporte públicos; aumentos de salarios, reclamos por la reanudación al servicio de personal despedido, sindicatos de por medio, etc. Alguna veces el servicio quedaba absolutamente detenido, y los usuarios diarios se veían afectados y forzados a considerar otros medios para llegar a sus respectivos empleos, logrando de esta manera, colapsar el flujo de tránsito en la ciudad de Buenos Aires. Ese día no. La gente viajaba sin abonar un sólo centavo por el servicio presado y esto significaba una pérdida importante para la empresa.
Jonás, sin pensar en nada, había detenido su marcha frente a uno de los comercios que se ubicaba dentro del salon principal de la estación de trenes.
El alboroto era autentico y se concentraba debajo de los carteles de anuncios de la salida y llegada de los trenes. Un alboroto típico de manifestación. Gritos y canticos políticos, bombos, redoblantes y banderas con leyendas. Pero algo en todo aquel descontrol resultaba extraño para Jonás. Existía allí algo que lo embriagaba. El joven había visto algo que el resto de los usuarios no. Algo elemental. Y su curiosidad se retorcía por encontrar esa lógica, dentro del caos aparente. De pronto comenzo a pensar una vez mas.
Un espacio delimitado, tangible, comprobable, albergaba diariamente el flujo constante de miles de personas. Unas tantas, por no aventurarse a decir la mayoría, reinsidia en aquel espacio. - Toda esta gente... - pensaba Jonás. Porque en aquel instante eran incontables las hormigas que iban y venian, escapandole al terrible calor. Algunas hasta eran termitas, otras oscuras cucarachas y hasta sucias ratas y moscas tambien, revoloteando entre la basura. Sin saberlo.
Y allí estaba Augusto, una obrera que se detenia religiosamente frente a 'Carlitos's Way II' por una Carlito-milanesa-completa y esto lo hacia durante toda la semana. Trabajaba de capataz en una obra en la calle Paraguay al 1200. Se tomaba el 39 todas las tardes de regreso hacia 'plaza...' para terminar su odiséa en Temperley. Ya en casa besaba a su mujer y jugaba un rato al pique-volley con Roque, su hijo.
Jonás nunca conoció al viejo Augusto y quizas nunca lo haga. De eso se trata la estación.
Micaela, una usuario casual de la línea, viajaba desde Lanús y se encontraba dentro del locutorio del complejo. Confirmaba con Martina, su amiga, el encuentro en el Mc Donnals de Corrientes y 9 de Julio. Le manifesto su miedo por el reclamo dentro de Constitución. Martina la tranquilizó.
Estaba Raul tambien, estudiante de sociología en la UBA, abandonado por su novía de casi seis años. Andaba completamente ido por el anden 4. Daba lastima. Julieta, de regreso a su casa llevaba 25 gramos de marihuana en su mochila repleta de pins de bandas tipo Rammstein y dibujos japoneses. Su padre, el rabino Migdal la esperaba en su hogar, resolviendo los negocios de la calle Scalabrini Ortiz. Sergio era una rata, esperando en el anden 6. Esperaba encontrar a su esposa para golpearla. De seguro lo engañaba en su ausencia, la muy puta. O quizas se encontraría con su cuñada llenandole la cabeza a su mujer.
En el segundo piso del amplio complejo se encontraba Oscar, el jefe de maestranza de la estación. Ocultaba los cuerpos sin vida de dos níñas de entre 7 y 10 años, dentro de unas enormes bolsas negras, en el depósito abandonado a un costado de los rieles de acceso a la estación. Ambas niñas desaparecidas hacia algunas semanas y reportadas por los noticieros. Sandra, una mujer de unos 50 años, aguardaba el tren a gerli. Volvia a su hogar luego de una aventura con Marcelo, un empleado suyo de 23 años. Debía llegar antes que su marido y desacerse de la pruebas incriminatorias en su ropa. Y estaba Alicia tambien. Una niña no vidente con un coheficiente intelectual de 138, acompañada de su abuela. La jovencita Alicia se hayaba en el salón principal a pocos metros de Jonás, muy cerca de la manifestación pero ya se había hecho una idea de lo ocurrido y al igual que Jonás, sospechaba lo que a continuación ocurriría. Su perceptiva atención lograba adelantarse a los hechos y fijó sus sentidos en dirección al joven.
De pronto un estruendo fuerte y seco se oyó en el salón principal. Los usuarios comenzaron a gritar y a correr por doquier escapandole al bulto que era aquella manisfestacion de bombos y banderas, copando las salidas auxiliares de las calles Lima y Herrera.
Un segundo disparo y el salón principal se encontraba absolutamente alborotado. Alguien cayo al suelo cubierto de sangre y un cuerpo de la policia federal ocupó el lugar disparando proyectiles de gases lacrimógenos.
Jonás estaba estupefacto y en un segundo volvió en si, afectado por lo gases. Un joven que se encontraba entre el reclamo inicial lo miraba obsesivamente. Y de la nada, éste lanza un bulto hacia Jonás. Alicia, aún de la mano de su abuela, se estremese pero sabe que es Jonás a quien debe 'marcar' y pone toda su atención en él.
Comienza la comédia de la policia federal y nuevos disparos se oyen en la estación. Los usuarios sobre los andenes atinan a correr hacia el final de las pasarelas. Alguno que otro termina su marcha sobre las vías. Otros gritan mientras se tiran de cuerpo entero al suelo.
Jonás recoge el bulto que rodò por el suelo en dirección suya y dedicando una última mirada hacía aquel que lanzó aquél objeto, notó a un joven manifestante, un tanto palido, que llevaba una remera negra con la leyenda 'genio independiente' que se cargaba a un oficial a puro manejo de una hoja que parecía afiladísima.
Jonás corrió hacia la salida de la calle Lima y Alicia arrastraba a su abuela en aquella dirección. La niña sabía perfectamente que Jonás llevaba consigo un revolver Taurus, de calibre 38.

sábado, 12 de noviembre de 2011

(27) Típico.

La estación de trenes de Constitución, como cualquier otra tarde en semana laboral, se encontraba repleta de personas. Todos iban y venian por doquier. Unos a otros se tropezaban entre si con intensión de ganarse un lugar entre los andenes o por el simple instinto cotidiano de escaparle al matadero.
Jonás se detubo un momento sobre la pasarela que dividia los andenes 3 y 4. Un nauseabundo pero apetecible aroma a 'carne quemada de ayer' despertó en él un turbulento rugido que se manifestaba desde el interior de su estómago. El hambre se apoderaba de todo pensamiento y comenzaba a confundir sus emociones. Aunque Jonás no estaba seguro de todo lo que sentía ni de lo que, en consecuencia, haría.
Quíso encender un cigarrillo y súpo inmediatamente que su vientre; casi vacío, a no ser por los gáses típicos, no lo soportaría. Entonces miró a su alrededor y las personas allí replegadas por el andén, se movían como hormigas que iban y venían por la tierra invadida. Todo parecia el acto desesperado de la especie por subsistir; todas uniformes, todas apuradas pero serenas. Transportadas por el mero instinto de supervivencia. Todas en fila. Algunas se ocupaban de poner en resguardo a la reina, otras llevababan a las larvas al próximo refugio. Pero todas iban y venían armoniosamente dentro del completo caos.
Una obrera, la mas hambrienta, detubo sus seis extremidades ( izquierda - derecha; izquierda - derecha; izquierdo - derecho), ante el puesto de 'carne quemada de ayer' que se anunciaba como: '' Carlito's way II''. Y Jonás pensó por un instante en la pelicula protagonizada por el actor Al Paccino y automaticamente recordó a su padre, que adoraba a Jorge Porcel. Pero Jonás nunca había visto aquella pelicula, solo sabía que el gordo, el gordo de Las gatitas de Porcel había llegado a Hollywood. Y que dentro del staff de las gatitas, se encontraba Sabrina Oviedo, la gata favorita de su padre. - Ni cien de tu madre hacen una Sabrina Oviedo - le decía su padre. Y Jonás no pudo mas que recordar a Miss Loren, la gata de su prima de Mar del Plata.
Miró al que parecía ser el Carlitos del anuncio y le pidió una hamburguesa completa. Abonó y logró deborarse la 'carne quemada de ayer' antes de que el reloj de la estación diera las 14:51.
La reina continuaba fugitiva.

lunes, 7 de noviembre de 2011

(26) Religiosamente

Cuántas veces había pisado esa esquina. Almirante Brown y Olavarría. Una vez, del pedo que tenía había dejado la guitarra en el escalón de la puerta del Roma. Claro, eso lo supo después. El Tano del bar se la había guardado atrás del mostrador porque lo conocía, sino seguro se la tiraba “a la merda”. Esa noche trató de colarse en su casa sin hacer quilombo pero el viejo lo interceptó en la cocina donde le sirvió un soplamoco inolvidable. No era para menos, la viola era de Casa Nuñez y la habían pagado un dineral.
A pesar de haber tenido que abandonar el barrio, El Ricota se juntaba en el bar con los muchachos tres o cuatro veces por semana. Tipo ocho era el horario ideal y el día podía ser cualquiera, pero el sábado era fija. No era un capricho como decían sus mujeres, desde que tenían trece años que de alguna u otra manera se veían ahí ese día. Ahora, cruzando los 60 pirulos creían que era un símbolo de su amistad.
Arrancaban con un café y partido de truco. Tipo nueve miraban el partido y a las once empezaban a rajar. Los separados y viudos generalmente se quedaban a mirar alguna pelea preliminar o a charlar. Eleazar y Juancito eran los últimos en rajar.
Eleazar se había ganado el apodo de El Ricota porque según Juancito “lo hicieron por no tirar la leche”. Era malo el petiso, quién diría que ahora de vez en cuando moquéa cuando cuentan alguna anécdota. Eso sí, no le digan petiso porque se vuelve loco.
Hacía ocho años que Eleazar se quedaba hasta el final, desde que se había separado de Alicia. El todavía la amaba, pero entendía que no habían atravesado los 50 de la misma manera, además ella era siete años más joven y era una mina muy activa.
Cuando se hicieron las doce Elezar y Juancito se dieron un abrazo y enfilaron cada uno para su casa. De camino a la parada del bondi El Ricota aprovechaba para pensar qué iba a cocinar al otro día. Su hija Aimé, su nietita Lara y Mariano iban a almorzar cada domingo religiosamente.

jueves, 3 de noviembre de 2011

(25) Llamada de larga distancia

Tres de la tarde. Plaza Dorrego. El calor era tan alto que hasta las palomas buscaban un refugio para huir de los rayos del Sol.
Bernardino, vestido con un imponente sobretodo marrón y su clásico sombrero, fumaba un habano en una de las esquinas de la plaza. Isabel, su joven amiga, se acercó rápidamente hasta él para saludarlo.
-¡Hola, Bernardino! ¿Qué calor, eh? ¿Cómo te sentís hoy? Veo que estás mucho mejor. Escuchame, antes de arrancar te quiero pedir que me expliques un poco más qué es lo que estás haciendo, sos muy raro, demasiado. Ayer me quedé bastante inquieta, y me parece lo mejor que me expliques algo, lo que sea. Listo, ya me descargué, ahora decime para dónde vamos –las palabras salieron atropelladamente de la boca de Isabel. La chica lucía un vestido verde y unas sandalias del mismo color.
Bernardino estaba en otro lado, pero a la vez se encontraba a sólo un paso de distancia de ella. De la boca medio abierta del viejo pendía un pequeñísimo hilo de baba que bañaba al habano. Ante los reiterados llamados de Isabel, el hombre del sombrero cobró la razón.
-Ah, eh, ¿cómo estás, niña? ¡Me alegro de verte! Sí, no te preocupes. Estoy bien y te prometo contarte todo. Escucho y no escucho, ¿me entiendes? –respondió Bernardino, mientras se calzaba mejor el sombrero y se sacaba el habano de la boca.
-Ah, sí, creo que sí, además ya me voy acostumbrando a tus locuras. Estoy muy bien, Bernardino, pero muerta de calor. Vamos, aprovechemos mi día de franco –contestó Isabel que empezó a abanicarse frenéticamente su cara.
La extraña pareja intercambió algunas palabras más y luego empezó a caminar por la plaza.

El día anterior, Bernardino había llegado a “La Pérgola de Buenos Aires” momentos antes que Isabel terminara su turno de trabajo.
Cuando la joven abrió la puerta del local para respirar el aire nocturno de la libertad, se encontró con un viejo ebrio y despeinado.
-¿Bernardino? ¿Sos vos? ¿Qué te pasó? ¿No me digas que te robaron? Pensé que nunca más te iba a ver –se apresuró a aclarar Isabel.
-Ehm, niña, niña, no es nada. ¿Isabel, no? Escúchame muy bien, mañana voy a volver. Espero que tengas el día libre, necesito que me acompañes a un lado para que seas mi compañera de aventura. ¿Puede ser? –Bernardino imploró. Su aspecto era deplorable pero el tono de voz era sumamente amable, el resultado era patético.
-Eh, sí, está bien, bueno, dale. Mañana tengo franco, ¿dónde nos encontraríamos? –respondió Isabel, tratando que su voz no suene demasiado nerviosa.
-Aquí mismo, en la plaza –contestó Bernardino mientras levantaba su brazo derecho para llamar a un taxi –toma, aquí hay plata para que pagues el viaje a tu casa, mañana nos vemos a la tarde, tres de la tarde –indicó Bernardino con voz grave.

De vuelta en Plaza Dorrego, en la misma tarde de calor en San Telmo. Bernardino levantó su brazo derecho, y señaló a los puestos de tarot y adivinaciones varias que poblaban descaradamente la plaza. Los improvisados negocios consistían en unas simples mesas con dos o tres sillas. La gente que acudía a los adivinos eran en su gran mayoría turistas deseosos de gastar dinero a toda costa, aunque algunos vecinos también se sentían tentados en conocer su destino.
-Lo que voy a hacer puede que te parezca extraño, pero te aseguro que hay una razón para que me comporte así. ¿Lo entiendes? –preguntó Bernardino mientras señalaba enfáticamente al puesto de tarot más cercano a ellos.
-Eh, no, la verdad que no te entiendo. Pero es mi día libre y quiero divertirme. ¿Vas a pagar a un adivino? ¡Jajaja, dale! –contestó una sonriente Isabel.
La fila de brujos no era muy extensa. Los ojos de los adivinos miraban para todos lados, buscando un nuevo cliente para mostrarle el futuro. Bernardino se dirigió rápidamente a la primera mesa, ocupada por una vieja tarotista de pelo rubio. El viejo le corrió la silla a Isabel, y luego desparramó su cuerpo en la silla contigua.
-Buenas tardes, quisiera averiguar información por medio de sus cartas y también… –Bernardino empezó a hablar, pero tuvo que parar ante el pedido de la bruja. Debido al imprevisto corte, aprovechó a dar una gran pitada a su habano.
-Un momentito, todo muy lindo pero paguen cincuenta pesos antes de pedir algo. Acá se abona por adelantado, no vaya a ser cosa que no le guste lo que digan las cartas y se quiera ir sin pagar –la bruja exclamó con aire desafiante. Tenía uñas postizas rojas y apretaba fuertemente una pila de viejas cartas.
-Me parece justo, aquí tiene su paga –el viejo rápidamente buscó en un bolsillo de su sobretodo y puso un papel de cincuenta pesos arriba de la mesa.
-Muy bien caballero, ¿qué quisiera consulta? Me especializo en el tarot egipcio -la bruja tenía otro tono de voz, mucho más amable pero también mucho más repugnante.
-Es un único pedido. Quisiera hablar con el espíritu de San Telmo –Bernardino abrió bien los ojos, como si fuera un niño que pide su golosina favorita.
-¿Cómo dice? ¿Con quién? –preguntó con un aire de desconcierto la bruja teñida.
-Como escuchó. Quiero contactar al espíritu de San Telmo. Quizás me entendió mal, San Telmo, San Elmo. Usted sabe, el santo –explicó Bernardino mientras se sacaba el habano de la boca.
La cara de Isabel se encendió con un rojo intenso. De improviso entendió que estaba con la compañía de un loco, y nada bueno podía salir de ahí. No tomó la decisión de levantarse por miedo a sufrir una vergüenza mayor.
-No, eso no es posible… Usted está enfermo, acá preguntan sobre amor, trabajo, familiares y amigos pero nunca sobre santos. ¿Me quiere hacer perder el tiempo? ¿Pero qué mierda la pasa? ¿Qué quiere probar con eso? ¡Por favor, retírese de mi mesa! –gritó la vieja bruja mientras con una mano agitaba el aire y con la otra agarraba el billete con la cara de Sarmiento y se lo guardaba en el bolsillo del pantalón.
-Ay, Bernadino, vamos, ya fue –suplicó Isabel con voz temblorosa.
-Bien, vamos –contestó Bernardino mientras se llevaba el habano a la boca.
-¡Está loco! ¡No lo atiendan que les hace perder el tiempo! ¡Viejo loco, miren lo que tiene puesto con el calor que hace! –vociferaba la bruja de pelo rubio. Muchos adivinos miraban a Bernardino con cara de pocos amigos, dejándole en claro que no estaban dispuestos a tratar con él. Isabel se proponía abandonar la plaza, y para lograr eso tiraba fuertemente del brazo de Bernardino. El viejo estaba inmóvil, como si estuviera congelado mirando la escena. Una mano apareció desde el fondo de la hilera de mesas, y con un simple ademán le dejó en claro que estaba disponible para atenderlo.
-Espera, vamos hasta esa mesa, luego nos vamos –afirmó Bernardino mientras pasaba de largo por la hilera de adivinos.
-Ah, Bernardino… -suspiró Isabel.
El último adivino de la mesa era un viejito negro, muy delgado y con una larga barba. Se presentó con el nombre de Gregorio y puso arriba de la mesa cartas de tarot que lucían bordes dorados.
Isabel decidió quedarse parada, para no presenciar de cerca si acontecía otra escena bochornosa. Para evitar cualquier proximidad con Bernardino, se puso a mirar el vuelo de las sedientas palomas.
-Te esperaba, pensé que no ibas a llegar más. Ni siquiera te reconocí esta vez, nos vamos volviendo viejos, jejeje –dijo Gregorio, mientras dejaba ver que le faltaban varios dientes en su boca.
-Umm, aquí estoy, al final. Ya ves, ni siquiera te reconozco al instante. Bueno, ¿podemos empezar? –preguntó Bernardino con voz molesta, no se sentía cómodo cuando le marcaban un error, en verdad prefería ser él quien mostraba sus defectos y de esta forma transformarlas en virtudes.
-Sí, cuando gustes. Cartas de tarot. Elije cuatro de esta mano. San Elmo no está hoy, mucho calor –indicó el viejo negro con un tono de voz demasiado agudo.
Bernardino seleccionó cuatro cartas y luego se llevó el habano a su boca. Su cigarro estaba a punto de terminar. “Maldita sea, justo ahora. El momento en que termina el habano es el instante más jodido del universo…” -pensaba el viejo de sobretodo mientras aspiraba profundamente evitando temblar en el proceso.
Las cuatro cartas elegidas fueron puestas arriba de la mesa, la primera y la tercera salieron invertidas.
La Torre
El Carro
El Juicio
EL Diablo
-Oh, dejame ver un poco más –pidió el viejo negro, que raspó las cartas con sus cortas uñas, luego siguió hablando –ya sabés lo que tenés que hacer, visitarás dos lugares más y luego tendrás una pequeña charla en tu hogar. Los tiempos se avecinan turbulentos y no es posible que siempre encuentres un momento de tranquilidad como el de ahora. El primer indicio, la torre, puede que se produzca antes de lo pensado, tenés que estar preparado para eso. La torre está invertida, se va a derrumbar o a incendiar en el plano físico, ¿quién sabe? El Carro es más de lo mismo, más anuncios, más problemas, más gente, más ideas y más luchas.
Más preocupante es El Juicio invertido, muchos morirán y no todos serán pecadores. El intento de lo que se viene no tiene sentido, nunca lo tuvo, pero aún así tenés que representar tu papel hasta el final. Es lo que se espera de vos, y también de mi, ¿o no? El final es el mismo de siempre, lucha del bien contra el mal, ¿quién gana? El Diablo estará presente, para emplear justicia contra todos. No, no te voy a quemar la historia, igual ya la sabes…-contestó Gregorio mientras suprimía una pequeña risita.
Bernardino tiró el habano al piso y lo pisoteó levemente –Dime una cosa, si nunca tuvo sentido, ¿para qué nos llaman? –increpó un Bernardino con el rostro más cansado que tuvo en su existencia.
-Ah, si el trabajador sabe que va a morir, ¿para qué come? Recuerda Tunguska, recuerda Vitim -contestó el viejo negro mientras se sonaba los dedos de la mano izquierda.
-Bien, adiós, tengo trabajo para hacer –respondió Bernardino mientras se levantaba de un tirón de su silla.
-Consejo, no te desvíes del hogar de San Elmo ni de hacer una visita en “Les carrières de San Telmo”. Y por sobre todo, no te encariñes, no le haces bien a nadie –dijo Gregorio con una voz parecida a un murmullo que se alejaba a mucha velocidad.
-Vamos, niña -dijo Bernardino y agarró fuertemente del brazo a Isabel.
-Bernardino, no paras de sorprenderme. No sabía que hablabas otro idioma, ¿qué era eso? ¿Árabe, algo africano? ¿Te dijo algo lindo? ¡No entendí nada! –se sinceró Isabel tratando de dejar en claro su curiosidad extrema.
-Cosas sin relevancia, en su mayoría. Pero sí me dijo algo que es importante, y es que debo comprarte un helado –explicó Bernardino mientras se acomodaba su sombrero y se preocupaba en mostrar con una amplia sonrisa sus dientes dorados.
Isabel rió y le señalo la ubicación de la heladería más próxima.

domingo, 30 de octubre de 2011

(24) Sin Solución


“¿Por qué me mirará así? Ahora no me puede decir nada al respecto…estoy acá, llegué a hora y no puse un pero…la verdad no entiendo…”

- Bueno, Tomás, antes de comenzar nuestra charla, no voy a indagarte sobre qué paso la otra vez, pero quiero decirte que no me gusto nada recibir un mensaje tuyo minutos antes de vernos. Vos sabes bien cuáles son tus obligaciones y sabés perfectamente que yo no estoy acá para hacerme un favor a mi misma. Hace mucho que venimos con las mismas cuestiones y reiteradas veces pasó lo mismo. No me quiero extender mucho porque sino se nos va a acortar el tiempo y tengo a otras personas que quieren verme. Bueno comencemos…

Un minuto de silencio inundó a Tomás, no sabía cómo ni por dónde empezar, tenía claro que todos sus actos no hacían más que sumergirlo…

- Adriana, realmente no me estoy sintiendo nada bien últimamente. Intento salir adelante pero todo lo que hago es en vano, encima hace como tres días no tengo agua en mi departamento. Ruego que me disculpes por las condiciones en que me encuentro.
- Sí, me di cuenta, Tomás – responde Adriana abriendo la ventana y dejando correr un poco de aire fresco para ventilar el olor nauseabundo del despacho.

Ella, mientras escuchaba atentamente a Tomas, empezó a concentrarse en sus expresiones, el movimiento de sus manos, la tensión de su cuerpo…

- ¿Por qué sonreís cuando me contás todas estas cosas Tomás?
- ¿Estaba sonriendo? Perdón, no me di cuenta.
- Mira Tomás, no quiero entrar en rol de madre, con el respeto que se merece, pero es momento de que te queden las cosas en claro. Hace años que estamos en terapia evacuando ciertos temas profundos e intento llevar a cabo de la mejor manera mi trabajo. Te conozco desde muy pequeño y sé como vienen las cosas. ¿Vos crees que llevando la vida como la llevas podés salir adelante?  Poné por un segundo tu mente en blanco, tranquilizate y respondeme…
- Yyo yyo, no sé qué decirte. Sinceramente, estoy plantado en medio de la nada, no encuentro nada que me haga feliz realmente.
- ¡Pero cómo me vas a decir eso por favor, si no haces nada por vos!.A ver, contame desde la última vez que tenias que venir para acá, desde que me mandaste ese mensaje de texto hasta hoy, ¿qué hiciste?
- Intente salir, te lo juro, Adriana
- Intentaste.  ¿Pero lo hiciste? Porque una cosa es intentar, pero de ahí a hacerlo hay una diferencia abismal. Mira Tomás, te vuelvo repetir con todo el cariño que te tengo, te conozco desde que tenés seis años, llevo tratándote mucho tiempo y lo que me corresponde a esta altura de la etapa es serte lo más sincera posible porque no veo solución ni evolución alguna. Traté cambiándote la medicación y no funciono. Has venido hasta tres veces a la semana, tampoco, y no noto ningún progreso en vos. Si no salís por tus propios medios nadie lo va a hacer, ¿entendés, Tomás? Disculpame la forma en que te lo digo, pero siempre estamos en la misma situación. Ya no hay manera ni forma de que te entren las cosas en la cabeza, sé que mi función es orientarte para que tomes un correcto camino, pero la última palabra la tenés vos.

Tomas aunque escuchara a la especialista, no hacia otra cosa que regañarse por la forma tan directa en que se estaba llevando con su psiquiatra.

¡Por Dios! Otra vez la misma historia, no sé para qué vengo. Ya estoy harto de que siempre me diga lo mismo, si apenas me diera una solución de cómo afrontar todo esto, ¿pero qué solución?¿Solución a qué?”

- ¿Tomas, me estás escuchando?, 
- Sssi, ssi, atentamente, Adriana.
- No me vengas con esos cuentos otra vez, eh. Intento sacarle fruto a esta sesión pero noto una especie de desgano en tus palabras, en tu forma de expresarte.
- Para nada, Adriana…

Después de veinticinco minutos de terapia, Tomas no soportó más la manera en que recibía tantos “sermones” por parte de su especialista.

“Pero qué me viene a decir a mi ésta, se cree que es mi vieja. Es al pedo venir acá, mejor me las tomo, no da para más esta conversación”

Adriana seguía hablando pero Tomás, ante tanto fastidio acumulado, no hace otra cosa que alejar la silla, levantarse e irse directamente del consultorio.

- ¿Tomás, que haces? ¡No terminamos, aún!

Un portazo terminó dando por concluida la charla. Una vez en plata baja, Tomás aprieta fuertes sus manos, mira hacia el piso concluyendo con un último pensamiento

“Pelotuda. Ya sé perfectamente toda esta mierda que me dice. ¿No se da cuenta que no lo puedo cambiar? ¿No se da cuenta de que este circo que hacemos es parte de la situación?”



Escrito por: Emiliano

(23) Última carta

Queridísimo primo del alma.

¿Por dónde andarás, joven caprichoso alejado del mundo?
No sé cuándo volveré a verte, ni cuándo podrás leer esta carta. Ahorita mismo estoy viéndome frente a tu pila de libros. ¡Cuántos títulos, che! Y de lo mas variados. Incluso, algunos me resultan muy curiosos: 'Secretos del cósmos'? ( C. A. Roman). No te hacía tan curioso, primito.
Bueno, no sé bien qué hago aquí, tampoco sé cuando vayas a leer estas líneas ya que pienso esconder la carta en algun lugar. Sé que te llevará tiempo encontrarla. Te conozco, tonto y sé que encontraré el lugar indicado para ocultarla, para ocultarme durante un tiempo. Hubiese querido encontrarte esta tarde... Pero ya ves; la falta de comunicación entre nosotros es tanta, que bueno. Ni sé en dónde te escondés. ¿Por dónde andarás esquivandole el bulto a la vida, joven cobarde?
¿Te acordás cuando jugabamos a la rayuela, J. C? O cuándo te vencía en los saltos? ¡Cómo extraño ser tan inocente! Sin embargo hoy, esta tarde, me siento más irresponsable que nunca. A pesar de percibir dentro mío lo más hermoso y terrible. Algo que ambos sentimos durante mucho tiempo. ¿En qué nos equivocamos? Si es que nos equivocamos. ¿Acaso es un error lo que siento? ¿Hicimos algo que en realidad está mal? Yo ya me he perdido y es por eso que necesitaba encontrarte. Pues bien, no te he encontrado, Jonás Calzetta.
No quiero llorar, así lo tenía planeado. Pero es tanta la presión para una sola persona, que ya no sé qué hacer. Aunque me doy una idea, primito querido.
¡Wow! Ya encontré el lugar indicado. Y si lo encontrás, deberás resolver, también, este acertijo, (que ya tenía a medio pensar) y que acabo de resolver: (...) 28, 130, 151, 152, 143, 100, 76, 101, 144, 92, 103, 108, 64, 155, (...)
¿Podrás llegar a la solución, prímo? Ya van 28 semanas y todas victorias mías! ¿Podrás alcanzar la verdad? ¿Lo harás a tiempo? Todo depende de vos. Yo.., (cuanto me cuesta decirlo) te amo. Y lo siento. ¡Lo siento muchísimo! ¿Podrás?

Donnatella Dannone.

viernes, 28 de octubre de 2011

(22) Alusión

 Mira su reloj impaciente, eran las 16.30hs.

Todavía falta media hora para estar según lo acordado con Ramírez en la radio, voy a dar una vuelta para hacer tiempo”- pensaba Wenceslao.

De repente, en su trayecto hacia el lugar quedó detenidamente inmune, y un dejo de recuerdo lo acongojó un poco.

- Querido Wences, buen día. ¿Cómo amaneciste hoy? – preguntaba Osvaldo Ramírez.
- Don Osvaldo, la verdad estoy muy contento. Hace tiempo que no me sentía tan bien, no puedo pedir más nada al respecto. Tengo unos inquilinos más que respetables, y teniendo en cuenta de dónde vengo, no creí nunca poder relacionarme y vincularme con gente como usted. Sinceramente estoy hecho, por formar parte de este edificio. Pensar que hace años venía desde Paraguay sin nada, tratando de hacerme valer por mis propios medios y encontrar a gente así me enorgullece – respondía Wenceslao tan plácidamente.
- Dicen que el destino lo tenemos escrito todos, si usted ha parado aquí es por algo. Si en estos pocos años, se ha ganado mi amistad y confianza no es por nada. Si el destino quiso que nos cruzáramos estoy dichoso de eso y brindo por estos años de amistad, porque sinceramente más que mi encargado, es mi amigo y confío en usted como nadie. ¡Qué loco, cómo se fueron dando las cosas! Me sentía apartado de la sociedad y usted fue la primera persona que se apoyo en mí cuando más lo necesitaba. Cuando la sociedad me tildaba de “loquito disfrazado”, usted fue una de las pocas personas que se acercó cuando necesitaba una compañía. Y agradezco al cielo, primero porque por más que haya vivido lo que viví, bien sabe de lo que hablo, hoy estoy aquí contemplando un nuevo día – acotaba Osvaldo mientras tomaba un descando de tanto hablar, luego continuó hablando - Lo que le quería decir, salvando estas palabras de agradecimiento hacia su persona, es que dentro de un rato viene mi sobrino. En cuanto llegue, hágalo pasar así me ahorro el trabajo de bajar. ¿Puede ser tan amable, Wences?
- Sí, ¡comó no, Don! En cuando llegue lo haré subir – arremetía Wenceslao.
Osvaldo concluyó agradeciéndole al encargado.

De inmediato volvió en sí, y las lágrimas brotaban de sus ojos al recordar tanta historia vivida con aquel veterano de guerra.

-Bueno, Wences, volvé a tierra. Hay que seguir adelante y no decaer. No se quién me manda a meterme en estas cosas- Y mirando al cielo acota – pensar que lo hago por vos, mi amigo.

Mira su reloj y ya se estaba cumpliendo la hora para juntarse con Ramírez.
Llega a la puerta y bruscamente la golpea…¡¡¡Toc toc toc toc toc toc!!

Escrito por: Emiliano

(21) Buenas nuevas

…mientras más tiempo paso dándole vueltas a la idea, más me convenzo de que estamos en lo correcto. Claro, hay que tener en cuenta la cantidad de cambios que sufrió la población, es decir, no sólo en lo numérico sino también en lo organizativo.
¿Cuántas personas saben o les interesa saber cómo fueron llevados a este funcionamiento? La respuesta jamás podría pasar los dos dígitos. Es cierto, nos llevaron a esto, nos adiestraron, nos dejamos adiestrar. Es que dejamos pasar mucho tiempo, miles de años. Hoy nos encontramos con personas completamente fieles al status quo. Muchos no los culpan, yo sí. A los ojos de la mayoría, las cosas suceden cuando les suceden, sino no existen. Eso sí, si les sucede se convierten en los abanderados de la compresión y la empatía, en el mejor de los casos, o se confirman como lo que se supone deben ser. Igual, no me interesa ir en contra de los que no se preguntan por qué carajo viven como viven.  Ya vamos a cruzarnos, con ellos y con los que no tienen nada de qué quejarse.
Es que no puedo entender cómos somos tan pocos lo que imaginamos una alternativa a los convenios culturales y los mecanismos sociales. Fue tan profunda la incisión, que pareciese que planteamos un discurso pronunciado en hitita.
Hoy somos vecinos de una ciudad dividida en 48 barrios, con una superficie 200 kilómetros cuadrados, superando los tres millones de habitantes  y con un presupuesto cercano a los 20.000 millones de pesos. Algunos podrán decir que es poco, otros podrán decir que es mucho. Yo digo que me importa un carajo. ¿Suena estúpido, ilógico, infantil? ¿Acaso no suena estúpido, ilógico e infantil  que un exista un barrio como Villa Riachuelo y otro como Nuñez?
Pero esto no se trata de gestiones ni de las formas de los sistemas económicos, mucho menos de administración de cuál o tal gobierno. Esto se trata de algo mucho más importante. Pasaron cientos de líderes políticos, cientos de inventos mediáticos, cientos de ajustes, cientos de soluciones, cientos de ideas, cientos de escritores, cientos de pensadores, cientos de años de comprensión y análisis. Y pareciese que somos los mismos.
Podría preguntarme qué llevó a el estado a dividir los barrios de la manera que lo conocemos, pero eso me llevaría a falsas discusiones porque, claro, no es solo mi buenos aires querido quien sufrió una segmentación a conveniencia. Imaginemos que mañana pasa alguien por nuestra casa y nos dice que del comedor hacia la puerta pasa a ser propiedad del vecino. Claro, esto no puede pasar en nuestro mundo perfecto de propiedad privada. A quién se le puede ocurrir semejante locura. Sin embargo, sin caer en la pelotudez del discurso progresista de los pueblos originarios, esto en algún momento de nuestra historia tuvo que suceder. O acaso alguien piensa que la sangre que regó nuestra cosmopolita ciudad tuvo alguna otra razón.
Sin querer entrar en una catarata de puntos negativos de la vida actual, lo primero que se me viene a la cabeza es lo siguiente: supongamos que San Telmo fuese la capital del país y que el país fuese lo que hoy es Capital Federal.  Llevémoslo al plano más real posible, la capital es el centro económico más importante del país, allí se mueve la mayor cantidad de actividad comercial y se encuentra el mayor avance tecnológico. Supongamos que en San Telmo existen 30 mil habitantes. Basándonos siempre en la forma de vida existente, deberíamos saber que existen también en esa capital dos o tres hospitales, tres o cuatros diarios, dos o tres equipos de fútbol, y así con todo. ¿A que nos lleva esto? Bueno, deberíamos suponer que cada uno de los habitantes con la fuerza suficiente para trabajar estaría ocupado. Ahora, siempre siguiendo los consensos sociales que tenemos, supongamos que todos estos trabajadores trabajan de su vocación, de lo que les gusta. Tengamos en cuenta también que los puestos de trabajo de la capital están también ocupados por algunos de los habitantes del resto del país.
Bajo esta circunstancia, cualquier error de cálculo, cualquiera que se equivoque de vocación tiraría por el suelo el status quo de la sociedad. Esto es algo que pasa continuamente, y quizás está bien que a nadie o a muy pocos les importe. Pero hay que darse cuenta. ¡Esto no tiene solución alguna! ¿Por qué? Porque pensamos como pensamos, porque tenemos en la cabeza que el trabajo es algo necesario, no para generarle a la sociedad, sino para generarnos algo a nosotros mismos, sea dinero, identidad, ocupación, distracción. Y es todo parte de la misma farsa, la cultura del trabajo. Si nadie entiende qué carajo significa trabajar.  Porque no sabemos por qué carajo venimos a nacer, porque no sabemos para qué carajo hacemos lo que hacemos. Pero, eso sí, qué bien se sienten cuando cobran por su trabajo. ¡Y cómo no sentirse bien! Si puedo pagar la luz, pagar el gas, pagar la tarjeta de crédito, pagar el teléfono, pagar internet, ¡puedo comprarme lo que quiero! Eso sí, todo no se puede, nadie en su sano juicio podría pensar que se puede todo.  Está tan bien ejecutado el adiestramiento que, a pesar de saberlo, a nadie le importa.
¿No podría funcionar todo mejor a una menor escala, con representatividad real? ¿No sería más lógico que se trabaje en pos de un grupo  para satisfacer las necesidades y cumplir sus objetivos? ¿No viviríamos mejor si pudiésemos elegir con qué molde creamos y desarrollamos nuestra sociedad?
Pero no tienen tiempo para preguntarse eso, tienen cosas que hacer. Tampoco tienen tiempo para saber qué les gustaría realmente hacer, y si alguno cae en esa trampa pasa sin escalas a la añoranza eterna. De alguna manera es entendible, pero no aceptable. De ninguna manera aceptable, porque a lo largo de la historia se plantaron semillas y no fueron pocos quienes las vieron crecer, no fueron pocos los que las vieron brillar bajo el sol. Sin embargo, fueron muchos los que decidieron dejarlas morir, fueron muchos los que dejaron que todo se desvaneciera.
Yo no voy a ser uno de esos y prefiero morirme antes de no pelear por mí, porque en definitiva eso es lo que hacemos todos, pelear por uno mismo, por sentirnos bien. 
Tenemos la capacidad para hacerlo y la motivación, quien quiera abrir los ojos tiene que saber que tendrá que vaciar el vaso y volver a servir.  Con nuestra inteligencia podemos dejar de ser víctimas de la vida, porque todos los somos, aunque muchos no lo quieran ver.
Organicemos cómo lo vamos a hacer y pongámonos de frente a la vida que queremos tener. Porque si no lo hacemos por nosotros no lo hacemos por nadie...

Las palabras de Gabriel sonaron fuerte. El Hipopótamo, a pesar del silencio, tenía más vida que nunca.
La noche avanzó con discusiones y propuestas entre las treinta y siete personas presentes. Entrada la madrugada, los vecinos fueron abandonando el bar uno a uno. En la esquina saludaron al oficial Velázquez diciendo: “Hasta mañana, compañero”.



Escrito por: Matías

(20) Registro Negro

- Los días pasados no noté cambios, y eso que hasta llegué a pensar en rezar para que podamos escapar de acá. Hoy cambió todo. Alejo a la mañana tenía la vista fija en un punto imposible de ubicar, como si estuviera pensando a cientos de kilómetros de distancia. Costó sacarlo de ese estado. Cuando volvió a recuperar la razón, me sonrió con sus enormes ojos azules. Estoy segura que no se acuerda de ese trance, no es la primera vez que le pasa. Por suerte nadie del refugio se enteró.
- Al mediodía llegaron dos personas más al refugio. Les pasó algo similar, perdieron la casa y tuvieron que entregar todas sus monedas. Todavía no hablé con ellos, pero escuché todo lo que le contaban a Diego. Parece que algunos vecinos empiezan a organizarse para no tener que dejar sus casas. No me gusta nada lo que puede pasar.
- Cada vez me cae mejor Diego. Siempre está preguntando si necesitamos algo. En especial me agrada que haga sentir bien a Alejo cuando le pregunta sobre política o cosas de fútbol.
- Voy a tratar de esconder el diario, por las dudas. El problema es que no soy buena para elegir escondites. Mañana tengo pensado salir a dar una vuelta, quisiera saber si puedo averiguar algo más sobre lo que está pasando.
- Nochecita, cambio de planes o lo que sea. Ya le están quemando mucho las manos y yo no sé qué hacer. A primera hora de mañana salgo a recorrer el barrio a ver si los encuentro. Ahora quiero estar más segura que nada antes de hacer algo.

(19) Tarde de radio

-¿Quién carajo anda ahí? ¡Váyanse de acá!
Con apenas un grito, toda nuestra planificación se vino abajo. Caímos en la realidad que somos apenas un grupo de vecinos sin tener en claro qué queremos hacer. Nos miramos entre todos y después de murmurar un poco, decidimos seguir adelante.
Nos esperaba el gordo Lalo, en la puerta de RADIO FEDERAL 93.9. El muy boludo revoleaba el revólver, saludando nuestra llegada.
Ramírez iba adelante, caminaba firme pero se notaba que estaba deprimido, como si le hubieran sacado un juguete.
Nos paramos a pocos pasos de la entrada, tratando de escapar a los rayos del Sol que te calcinaban en segundos.
-¿Son de acá? No los conozco a ninguno, ah, sí, a vos sí, a ese también. Los atendí varias veces, ¿qué buscan? –nos interrogó Lalo mientras escondía el revólver atrás de su espalda.
-Señor, soy Ramírez, no lo conozco pero algunos de los que están conmigo sí lo conocen. Nos empezamos a reunir cuando nos sacaron las casas. Cada vez somos más, incluso estamos esperando a un grupo de chicos que vienen a ayudarnos. Queremos acercarnos hasta la radio, necesitamos entrar ahí –contestó Ramírez con su clásico tono telegráfico. Él está convencido que esa forma es ideal para transmitir respeto y demostrar autoridad.
-Bueno, por acá no es muy diferente. Aunque ustedes pintan estar más organizados. Suban, si quieren, en la radio no hay nadie. Arriba está mi familia y un par de vecinos de mi cuadra. Nos venimos para acá porque también nos sacaron la casa. En la radio no encontramos a nadie, por suerte todavía acá hay agua. ¿Quieren tomar algo? –ofreció Lalo.
La tarde estaba en su punto más calurosa. Todos subieron para tomar agua. Yo me quedé por pedido de Ramírez, tenía que seguir anotando todo lo que pasaba.
-Seguí anotando todo, todo –me ordenó Ramírez en voz baja.
-¿A quién esperan? Les pregunto porque en la radio no hay mucho lugar, ustedes van a entrar, pero si se corre la bola que acá hay agua, cagamos fiero. A vos te conozco, ¿no? –me preguntó Lalo.
-Me llamo Diego. Sí, te compré varias veces en el negocio –le contesté mientras me ponía justo al lado de Ramírez.
Ramírez decidió responder mientras se miraba los cordones de los zapatos -como dije, estamos esperando a un grupo de chicos que nos venía a ayudar por si no podíamos entrar a la radio. Igual, no creo que vengan, ya deberían estar acá.
-Bueno, mejor nomás. Escuchame, los aparatos de la radio están igual. Nadie tocó nada, ¿vos sabés cómo usarlos? –se entusiasmó Lalo. Se notaba que era un tipo tosco por la vida rutinaria que llevaba, pero mostraba una chispa de curiosidad que lo delataba.
-Sí. Es nuestra idea. También esperamos a alguien para que nos ayude con eso. Después explico –respondió Ramírez.
-Pucha, ustedes están en todo. La verdad que me viene cagazo, parece que supieran algo groso. Intenté llamar a la cana, a los bomberos, a la tele, pero ni bola. Todos se hacen los giles, no es que te putean o algo así, simplemente no te dan bola. Yo creo que lo que nos está pasando es culpa del calor. Cuando hay calor en Capital se arma quilombo, siempre fue así –afirmó Lalo mientras levantaba las dos manos, una de ellas seguía empuñando el revólver.
-Señor, no debería llevar un arma de esa forma. Puede pasar cualquier cosa, deme el revólver –exigió Ramírez. Por un segundo me pareció ver un brillo en sus ojos, como si estuviera por ganar una partida de ajedrez en apenas unos minutos.
La cara de Lalo se transformó. No esperaba que apareciera alguien y demoliera su autoridad. El Rey Inca entregó Tahuantinsuyo sin chistar –está bien, acá tenés. Pero no me trates así, llamame Lalo –contestó el verdulero, mientras le palmeaba la espalda a Ramírez. Nuestro estratega ni se inmutó por el elogio, aunque sujetó fuertemente el revólver y luego se puso a vaciar el tambor.
-Bueno, subamos –ordenó Ramírez. Después de pronunciar esas palabras, se mandó para adentro de la radio sin esperar una respuesta.
-Sí, pasen nomás. Cuidado la escalera. Yo cierro bien la puerta y subo, así hacemos todas las noches -contó Lalo mientras metía para adentro una hoja de la puerta.
-¿Cómo se enteró que había gente? ¿Cómo nos descubrió? –preguntó Ramírez mientras subía la angosta escalera.
-Ah, es que me avivé que había un brillo, tipo resolana rara. Cuando pasó varias veces, arranqué a gritar a lo loco –respondió Lalo.
Nunca me sentí tan pelotudo. El binocular de Ulises era un chiste, el borde dorado que tiene arriba de las lentes funciona como una mira láser en medio del Sol porteño. No me atreví a mirar a Ramírez, igual no me dijo nada.
La radio no es tan chica, yo me la imaginaba diminuta. La parte principal es un cuarto grande con dos consolas. En la parte de atrás hay un baño, y en el costado derecho de la sala aparece una puerta que comunica a otra sala de menor tamaño. En la sala más chica están todos los vecinos, son cinco, y la familia de Lalo (mujer y dos hijos). Los saludé a todos y me volví a buscar a Ramírez.
Al instante nos reunimos los siete integrantes de nuestro equipo en la sala de las consolas. Queríamos juntar todo el equipaje y ponernos a revisar los aparatos de la radio. Darío es el que más maña tiene con esas cosas, así que él nos explicó brevemente para qué sirve cada instrumento.
Una vez que terminó la pequeña charla, Ramírez volvió a entrar a la otra sala, me imagino que para explicar a los vecinos lo que nos proponíamos hacer. Yo aproveché para ir al baño y tomar lo mayor cantidad de agua posible. Cuando estaba por salir del baño, escuché unos portazos tremendos. Me agarró una sensación de pánico tremenda. El bañito se me volvió más chico que nunca y mi deseo era escapar, quería escalar y encontrar una ventana imaginaria para salir de ahí. Aguanté unos segundos…cuando escuché muchas voces, decidí salir.
Lalo agitaba sus brazos mientras gritaba desaforado –¡Cagamos, vienen acá! ¡Sacá el revólver, Ramírez! ¡Dale!
-Tranquilo –yo me fijo, contestó Ramírez. Estaba demasiado calmado, como si estuviera reviviendo su escena favorita de una película de espías.
Nuestro equipo se quedó arriba, justo al comienzo de la escalera. Los familiares y vecinos de Lalo se encerraron en la segunda habitación. Yo miré a mis compañeros y me decidí a bajar atrás de Ramírez. Mientras descendía las escaleras, logré ver cómo Ramírez preparaba el revólver.
¡Tum, tum, tum! ¡Tum, tum, tum! La puerta de entrada se quejaba por los terribles golpes.
Ramírez se tocó un instante la garganta, y luego preguntó -¿Quién es?
-¡Hola, Wenceslao soy! ¿Ramírez? ¿Sos vos? –contestó una voz de un viejo.
Los ojos de Ramírez se cerraron un segundo. Respiró hondo y empujó una hoja de la puerta para afuera. Al instante entró un señor, todo transpirado. Ramírez le señaló la escalera. Arriba, en la sala de las consolas, lo esperaban varios ojos inquietos. Todos suspiraron cuando lo vieron.
-Nos hiciste cagar en las patas, viejo…
-¿Cómo va, Wence?
-Vos también sin agua, ¿no?
-Che, acá sale todavía. ¿Querés tomar algo?
-A ver si te das una idea…
-En esa puerta hay más vecinos, quizás conocés a alguno.
-¿Viste algo raro mientras venías para acá?
El coro de voces era caótico. Todos preguntaban a la vez. Wenceslao se tomó un tiempo en bajar un vaso de agua de la canilla que Darío se ofreció en traerle.
-¡Ah, qué fresco! No había nada raro en la calle, a mí me parece que ya se rajó medio mundo del barrio –contó Wenceslao mientras llevaba el vaso de agua a su sien.
-Chicos, saludo a todos y me pongo a ver qué tienen –resolvió Wenceslao. Ramírez le señaló la puerta a la sala más chica, el viejo asintió y enfiló para ahí.
A los minutos salió Lalo de la sala y se fue directo al baño, en la mano llevaba unas guías de teléfono. Todos nos miramos y no pudimos contener una risa, creo que hasta Ramírez sonrió. Cuando el verdulero salió del baño, vimos que tenía toda su bermuda empapada y el agua caía por sus piernas.
-¿Lalo, qué te pasó? –preguntó Joaquín.
-No, no, no es nada, es que con el calor que hay yo me voy al lavatorio y me mojo las bolas. Como no llego, pongo estas guías en el piso ¡Qué se le va a hacer! –respondió el verdulero mientras se señalaba la bermuda y agitaba las guías amarillas.
Todos largamos una carcajada, pero nos quedamos en silencio cuando Ramírez habló –me parece que no es correcto lo que estás haciendo. El baño es de todos, no es para que hagas eso. Además acá hay aparatos que no pueden ser mojados, así que no lo hagas más –la cara de Ramírez no tenía ninguna emoción, pero el tono era terrible: hacé caso o te vas a la mierda.
-Listo –contestó Lalo, y de una zancada abrió la puerta de la otra sala.
Cuando Wenceslao se unió al equipo, Ramírez tomó la palabra –La idea es la siguiente. Esta radio está intacta, todo su equipo funciona bien. Queremos cambiarla, dejar de transmitir FM y pasar a usarla como radio de onda corta, totalmente cifrada. No podemos seguir esperando a la policía o al gobierno local, así que necesitamos organizarnos entre nosotros. Me podrán tildar de paranoico, de loco, pero no de boludo. A mí nadie me boludea, lo que está pasando no es una situación normal. Darío tiene siete equipos transmisores, por ahora tenemos solamente esos. Quizás más adelante consigamos otros. ¿Wenceslao, qué te parece el tema? –indagó Ramírez mientras pasaba un dedo por el panel principal de la consola grande. Su discurso había terminado, ahora el estratega quería escuchar opiniones.
-Eh, sí, yo creo que puede ir. Es cuestión de utilizar una frecuencia. Yo algo entiendo porque en Paraguay fui radioaficionado cuando era pibe. Nada que ver a estas máquinas, allá no tenía algo así. Pero la base debería ser la misma –Wenceslao contestó desde el piso, estaba agachado revisando los equipos.
-Obviamente, toda esta movida muere acá. ¿Entendés, Wenceslao? –Ramírez encaró al paraguayo.
-Sí, pero de eso no tengas dudas. Yo también no sé para dónde ir, eh. No creas que me quedo esperando la vuelta del agua como un perejil. No tengo idea qué pasa, pero los quiero ayudar a ustedes –respondió Wenceslao, acababa de levantarse y miró fijamente a la cara de Ramírez.
-Es una pavada, en menos de cinco horas tenemos el equipo funcionando. Aparte el alcance es muy bueno, usamos a la radio para cubrir toda esta zona, joya –agregó Darío con voz entusiasmada.
-Tranquilo, tenemos tiempo. Fijate que quede bien. Les pido a todos que repasen los códigos en clave –aconsejó Ramírez.
La puerta de la sala se volvió a abrir y salió Lalo. Esta vez con una bermuda seca, pero totalmente en cuero.
-¿Así está mejor? Me voy a hacer guardia, me pudro acá adentro –dijo mientras daba una vuelta para mostrarnos su nuevo y sudoroso atuendo.
Todos miramos un segundo a Ramírez y como no salió una palabra de su boca, nos pusimos a trabajar en el armado de la radio.

jueves, 27 de octubre de 2011

(18) Donna...

El calor era realmente terrible y en combinación con el alto porcentaje de humedad típico de Buenos Aires, el producto se convertía en un factor insoportable. Sin embargo, ésto no evitó que Jonás cayera adormilado, acurrucado sobre el mugriento suelo de uno de los vagones de la línea ferroviaria General Roca, con destino a Plaza Constitución.
El joven de cabello corto y negro como el ébano, llevaba las piernas flexionadas de tal forma que ambos brazos los tenía cruzados y apoyados sobre sus rodillas. Dormía con la cabeza oculta en el hueco que se formaba con aquella figura y la espalda reposando sobre el dorso de uno de los asientos individuales. Justo delante de una de las puertillas laterales del vagón.
Hacía pocos minutos que el tren había retomado su marcha desde la estación Remedios de Escalada y Jonás ya se encontraba sumergido en un profundo y épico sueño. Aunque el pequeño descanso no duró mas de ocho minutos.
- ¡Te ven- cí! - dijo la voz cantarina de una niña pecosa y de cabellos anaranjados - Tenés que aceptarlo, las marcas estan en la arena. ¿Ves? - y agachándose señaló con el índice hacia donde se hallaban unas pequeñas huellas hechas sobre la arena.
- Fue un bonito salto. - reconoció el niño, que miraba con ojos tristez a la pequeña.
- ¿Qué te pasa, Jonás? - se preocupó la niña.
- Ah... ¡No, nada! - se sorprendió angustiado. Y la tarde comenzaba a abandonar a la parejita, mas allà de los límites de la Plaza Monroe - Me pone mal que en un rato tengas que irte. - La angustia se hacía real para Jonás.
- ¡No seas ton- to! - cantaba la pequeña mientras volvía sobre sus pasos desde la relusiente marca de un nuevo record grabado en la arena, hacia las hamacas. - Voy a decirle a mi mamá que me traiga el sábado, si querés. - Jonás no respondió, en lugar de eso, se esforzó por lograr una sonrisa. Algo que a duras penas consiguió. - ¿Querés intentarlo otra vez? - preguntó la nena. - ¡A ver si esta vez me ganás!
- No, así está bien. - Jonás sabia muy bien que podía ganarle en 'los saltos' las veces que él quisiera. Su peso, tan sólo por ser varón, hacía que el impulso sobre la hamaca fuese mayor al de ella y por lo tanto su salto seria mas alto y mas largo. Pero prefería dejarla ganar.
- No te pongas así. - y acercándose a Jonás, la niña trató de animarlo. Tomó una de sus manos y lo besó en la mejilla izquierda. - ¡Tengo un primo ton- to!
- No seas mala conmigo. - forzó nuevamente una sonrisa, esta vez algo nerviosa y se soltó rapidamente de su mano, atinando torpemente a retroceder dos pasos. - Y vamos, que si nos tardamos más mi mamá se va a preocupar.
La niña de cabellos anaranjados estuvo de acuerdo y ambos se pusieron en marcha, de vuelta a la casa de Jonás.
- Prometeme que vas a practicar más los saltos.
- Te lo prometo. - repuso Jonás mientras pensaba que, incluso sin ninguna hamaca, podía llegar a saltar asombrosamente. Recordaba cuando escapó de aquel perro de su tía.
Eran las 14:18 para cuando el trén dejaba atrás la estación de Gerli. Y el vagón en donde Jonás seguía soñando se hallaba casi lleno.
La última vez que la puertilla lateral se abrió, un hombre maduro que iba de saco y corbata y que llevaba una bolsa de cartón brillante y cordones de colores por correas, tropezó con el joven acurrucado sobre el suelo y soltó una maldición. Del otro lado del acceso al vagón, dos chicas reían divertidas, complacidas con el hecho. Una de ellas, la mas bonita, evitó la mirada severa del hombre maduro mientras que la otra se detuvo en el Jonás del suelo, que continuaba soñando y que había dejado de ser un niño de regreso a su casa.

Ahora él se encontraba corriendo con todas sus fuerzas. No le interesaba de donde venía. Por más que aquellos metros dejados atrás, tan cubiertos de arena, no hubieran existido. Ni siquiera era consciente de ello. Él corría en línea recta, se esforzaba por alcanzar algo. No se cansaba, ni se agitaba, solo corría. Entonces, como volviendo a nacer, sintio el aire arremolinandose entorno suyo. Lo sentía cortarse con cada paso, mientras absolutamente todo terminaba por definirse a su alrededor.
Era un pasillo largo, que finalizaba sobre unos dóce peldaños cuesta abajo y desde allí un descanso mediaba entre éstos y otros seis, que en ángulo recto terminaban en la planta baja de una casa.
El joven llegó rápidamente al final del pasillo y sin siquiera detenerse a pensar un segundo en los peldaños, saltó asombrosamente por encima de estos y cayó espectacularmente sobre el descanso. Desde allí logró ver a una adolescente de cabellos anaranjados, escapar por la sala en dirección al patio trasero de la casa. - Vuelve aquí, tramposa! - gritaba Jonás al tiempo que su prima soltaba una carcajada melódicamente.

Finalmente el tren se detuvo en Constitución y las puertillas laterales de los vagones se abrieron, dando paso a los pasajeros. En aquel vagón el hombre maduro fue el primero en salir, abriéndose paso y esquivando, esta vez, al bulto tirado allí en el suelo. Y del otro lado de la puertilla, una de las jóvenes que se había detenido en Jonás, comenzó a acercarse a éste.
- Despiertate... - la imagen era borrosa. - ton- to. - y en un segundo, mientras la joven alcanzaba a su compañera y se alejaban por el andén, Jonás logró despertarse por completo. Sentía que el estómago se le volvía y a la altura de la garganta, algo similar a una pelota de tenis le impedía tragar saliva. Intentó ponerse de pié y casi rompe en llanto.
Donna- te- lla - se le escapó en un suspiro.