viernes, 28 de octubre de 2011

(21) Buenas nuevas

…mientras más tiempo paso dándole vueltas a la idea, más me convenzo de que estamos en lo correcto. Claro, hay que tener en cuenta la cantidad de cambios que sufrió la población, es decir, no sólo en lo numérico sino también en lo organizativo.
¿Cuántas personas saben o les interesa saber cómo fueron llevados a este funcionamiento? La respuesta jamás podría pasar los dos dígitos. Es cierto, nos llevaron a esto, nos adiestraron, nos dejamos adiestrar. Es que dejamos pasar mucho tiempo, miles de años. Hoy nos encontramos con personas completamente fieles al status quo. Muchos no los culpan, yo sí. A los ojos de la mayoría, las cosas suceden cuando les suceden, sino no existen. Eso sí, si les sucede se convierten en los abanderados de la compresión y la empatía, en el mejor de los casos, o se confirman como lo que se supone deben ser. Igual, no me interesa ir en contra de los que no se preguntan por qué carajo viven como viven.  Ya vamos a cruzarnos, con ellos y con los que no tienen nada de qué quejarse.
Es que no puedo entender cómos somos tan pocos lo que imaginamos una alternativa a los convenios culturales y los mecanismos sociales. Fue tan profunda la incisión, que pareciese que planteamos un discurso pronunciado en hitita.
Hoy somos vecinos de una ciudad dividida en 48 barrios, con una superficie 200 kilómetros cuadrados, superando los tres millones de habitantes  y con un presupuesto cercano a los 20.000 millones de pesos. Algunos podrán decir que es poco, otros podrán decir que es mucho. Yo digo que me importa un carajo. ¿Suena estúpido, ilógico, infantil? ¿Acaso no suena estúpido, ilógico e infantil  que un exista un barrio como Villa Riachuelo y otro como Nuñez?
Pero esto no se trata de gestiones ni de las formas de los sistemas económicos, mucho menos de administración de cuál o tal gobierno. Esto se trata de algo mucho más importante. Pasaron cientos de líderes políticos, cientos de inventos mediáticos, cientos de ajustes, cientos de soluciones, cientos de ideas, cientos de escritores, cientos de pensadores, cientos de años de comprensión y análisis. Y pareciese que somos los mismos.
Podría preguntarme qué llevó a el estado a dividir los barrios de la manera que lo conocemos, pero eso me llevaría a falsas discusiones porque, claro, no es solo mi buenos aires querido quien sufrió una segmentación a conveniencia. Imaginemos que mañana pasa alguien por nuestra casa y nos dice que del comedor hacia la puerta pasa a ser propiedad del vecino. Claro, esto no puede pasar en nuestro mundo perfecto de propiedad privada. A quién se le puede ocurrir semejante locura. Sin embargo, sin caer en la pelotudez del discurso progresista de los pueblos originarios, esto en algún momento de nuestra historia tuvo que suceder. O acaso alguien piensa que la sangre que regó nuestra cosmopolita ciudad tuvo alguna otra razón.
Sin querer entrar en una catarata de puntos negativos de la vida actual, lo primero que se me viene a la cabeza es lo siguiente: supongamos que San Telmo fuese la capital del país y que el país fuese lo que hoy es Capital Federal.  Llevémoslo al plano más real posible, la capital es el centro económico más importante del país, allí se mueve la mayor cantidad de actividad comercial y se encuentra el mayor avance tecnológico. Supongamos que en San Telmo existen 30 mil habitantes. Basándonos siempre en la forma de vida existente, deberíamos saber que existen también en esa capital dos o tres hospitales, tres o cuatros diarios, dos o tres equipos de fútbol, y así con todo. ¿A que nos lleva esto? Bueno, deberíamos suponer que cada uno de los habitantes con la fuerza suficiente para trabajar estaría ocupado. Ahora, siempre siguiendo los consensos sociales que tenemos, supongamos que todos estos trabajadores trabajan de su vocación, de lo que les gusta. Tengamos en cuenta también que los puestos de trabajo de la capital están también ocupados por algunos de los habitantes del resto del país.
Bajo esta circunstancia, cualquier error de cálculo, cualquiera que se equivoque de vocación tiraría por el suelo el status quo de la sociedad. Esto es algo que pasa continuamente, y quizás está bien que a nadie o a muy pocos les importe. Pero hay que darse cuenta. ¡Esto no tiene solución alguna! ¿Por qué? Porque pensamos como pensamos, porque tenemos en la cabeza que el trabajo es algo necesario, no para generarle a la sociedad, sino para generarnos algo a nosotros mismos, sea dinero, identidad, ocupación, distracción. Y es todo parte de la misma farsa, la cultura del trabajo. Si nadie entiende qué carajo significa trabajar.  Porque no sabemos por qué carajo venimos a nacer, porque no sabemos para qué carajo hacemos lo que hacemos. Pero, eso sí, qué bien se sienten cuando cobran por su trabajo. ¡Y cómo no sentirse bien! Si puedo pagar la luz, pagar el gas, pagar la tarjeta de crédito, pagar el teléfono, pagar internet, ¡puedo comprarme lo que quiero! Eso sí, todo no se puede, nadie en su sano juicio podría pensar que se puede todo.  Está tan bien ejecutado el adiestramiento que, a pesar de saberlo, a nadie le importa.
¿No podría funcionar todo mejor a una menor escala, con representatividad real? ¿No sería más lógico que se trabaje en pos de un grupo  para satisfacer las necesidades y cumplir sus objetivos? ¿No viviríamos mejor si pudiésemos elegir con qué molde creamos y desarrollamos nuestra sociedad?
Pero no tienen tiempo para preguntarse eso, tienen cosas que hacer. Tampoco tienen tiempo para saber qué les gustaría realmente hacer, y si alguno cae en esa trampa pasa sin escalas a la añoranza eterna. De alguna manera es entendible, pero no aceptable. De ninguna manera aceptable, porque a lo largo de la historia se plantaron semillas y no fueron pocos quienes las vieron crecer, no fueron pocos los que las vieron brillar bajo el sol. Sin embargo, fueron muchos los que decidieron dejarlas morir, fueron muchos los que dejaron que todo se desvaneciera.
Yo no voy a ser uno de esos y prefiero morirme antes de no pelear por mí, porque en definitiva eso es lo que hacemos todos, pelear por uno mismo, por sentirnos bien. 
Tenemos la capacidad para hacerlo y la motivación, quien quiera abrir los ojos tiene que saber que tendrá que vaciar el vaso y volver a servir.  Con nuestra inteligencia podemos dejar de ser víctimas de la vida, porque todos los somos, aunque muchos no lo quieran ver.
Organicemos cómo lo vamos a hacer y pongámonos de frente a la vida que queremos tener. Porque si no lo hacemos por nosotros no lo hacemos por nadie...

Las palabras de Gabriel sonaron fuerte. El Hipopótamo, a pesar del silencio, tenía más vida que nunca.
La noche avanzó con discusiones y propuestas entre las treinta y siete personas presentes. Entrada la madrugada, los vecinos fueron abandonando el bar uno a uno. En la esquina saludaron al oficial Velázquez diciendo: “Hasta mañana, compañero”.



Escrito por: Matías

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