viernes, 28 de octubre de 2011

(19) Tarde de radio

-¿Quién carajo anda ahí? ¡Váyanse de acá!
Con apenas un grito, toda nuestra planificación se vino abajo. Caímos en la realidad que somos apenas un grupo de vecinos sin tener en claro qué queremos hacer. Nos miramos entre todos y después de murmurar un poco, decidimos seguir adelante.
Nos esperaba el gordo Lalo, en la puerta de RADIO FEDERAL 93.9. El muy boludo revoleaba el revólver, saludando nuestra llegada.
Ramírez iba adelante, caminaba firme pero se notaba que estaba deprimido, como si le hubieran sacado un juguete.
Nos paramos a pocos pasos de la entrada, tratando de escapar a los rayos del Sol que te calcinaban en segundos.
-¿Son de acá? No los conozco a ninguno, ah, sí, a vos sí, a ese también. Los atendí varias veces, ¿qué buscan? –nos interrogó Lalo mientras escondía el revólver atrás de su espalda.
-Señor, soy Ramírez, no lo conozco pero algunos de los que están conmigo sí lo conocen. Nos empezamos a reunir cuando nos sacaron las casas. Cada vez somos más, incluso estamos esperando a un grupo de chicos que vienen a ayudarnos. Queremos acercarnos hasta la radio, necesitamos entrar ahí –contestó Ramírez con su clásico tono telegráfico. Él está convencido que esa forma es ideal para transmitir respeto y demostrar autoridad.
-Bueno, por acá no es muy diferente. Aunque ustedes pintan estar más organizados. Suban, si quieren, en la radio no hay nadie. Arriba está mi familia y un par de vecinos de mi cuadra. Nos venimos para acá porque también nos sacaron la casa. En la radio no encontramos a nadie, por suerte todavía acá hay agua. ¿Quieren tomar algo? –ofreció Lalo.
La tarde estaba en su punto más calurosa. Todos subieron para tomar agua. Yo me quedé por pedido de Ramírez, tenía que seguir anotando todo lo que pasaba.
-Seguí anotando todo, todo –me ordenó Ramírez en voz baja.
-¿A quién esperan? Les pregunto porque en la radio no hay mucho lugar, ustedes van a entrar, pero si se corre la bola que acá hay agua, cagamos fiero. A vos te conozco, ¿no? –me preguntó Lalo.
-Me llamo Diego. Sí, te compré varias veces en el negocio –le contesté mientras me ponía justo al lado de Ramírez.
Ramírez decidió responder mientras se miraba los cordones de los zapatos -como dije, estamos esperando a un grupo de chicos que nos venía a ayudar por si no podíamos entrar a la radio. Igual, no creo que vengan, ya deberían estar acá.
-Bueno, mejor nomás. Escuchame, los aparatos de la radio están igual. Nadie tocó nada, ¿vos sabés cómo usarlos? –se entusiasmó Lalo. Se notaba que era un tipo tosco por la vida rutinaria que llevaba, pero mostraba una chispa de curiosidad que lo delataba.
-Sí. Es nuestra idea. También esperamos a alguien para que nos ayude con eso. Después explico –respondió Ramírez.
-Pucha, ustedes están en todo. La verdad que me viene cagazo, parece que supieran algo groso. Intenté llamar a la cana, a los bomberos, a la tele, pero ni bola. Todos se hacen los giles, no es que te putean o algo así, simplemente no te dan bola. Yo creo que lo que nos está pasando es culpa del calor. Cuando hay calor en Capital se arma quilombo, siempre fue así –afirmó Lalo mientras levantaba las dos manos, una de ellas seguía empuñando el revólver.
-Señor, no debería llevar un arma de esa forma. Puede pasar cualquier cosa, deme el revólver –exigió Ramírez. Por un segundo me pareció ver un brillo en sus ojos, como si estuviera por ganar una partida de ajedrez en apenas unos minutos.
La cara de Lalo se transformó. No esperaba que apareciera alguien y demoliera su autoridad. El Rey Inca entregó Tahuantinsuyo sin chistar –está bien, acá tenés. Pero no me trates así, llamame Lalo –contestó el verdulero, mientras le palmeaba la espalda a Ramírez. Nuestro estratega ni se inmutó por el elogio, aunque sujetó fuertemente el revólver y luego se puso a vaciar el tambor.
-Bueno, subamos –ordenó Ramírez. Después de pronunciar esas palabras, se mandó para adentro de la radio sin esperar una respuesta.
-Sí, pasen nomás. Cuidado la escalera. Yo cierro bien la puerta y subo, así hacemos todas las noches -contó Lalo mientras metía para adentro una hoja de la puerta.
-¿Cómo se enteró que había gente? ¿Cómo nos descubrió? –preguntó Ramírez mientras subía la angosta escalera.
-Ah, es que me avivé que había un brillo, tipo resolana rara. Cuando pasó varias veces, arranqué a gritar a lo loco –respondió Lalo.
Nunca me sentí tan pelotudo. El binocular de Ulises era un chiste, el borde dorado que tiene arriba de las lentes funciona como una mira láser en medio del Sol porteño. No me atreví a mirar a Ramírez, igual no me dijo nada.
La radio no es tan chica, yo me la imaginaba diminuta. La parte principal es un cuarto grande con dos consolas. En la parte de atrás hay un baño, y en el costado derecho de la sala aparece una puerta que comunica a otra sala de menor tamaño. En la sala más chica están todos los vecinos, son cinco, y la familia de Lalo (mujer y dos hijos). Los saludé a todos y me volví a buscar a Ramírez.
Al instante nos reunimos los siete integrantes de nuestro equipo en la sala de las consolas. Queríamos juntar todo el equipaje y ponernos a revisar los aparatos de la radio. Darío es el que más maña tiene con esas cosas, así que él nos explicó brevemente para qué sirve cada instrumento.
Una vez que terminó la pequeña charla, Ramírez volvió a entrar a la otra sala, me imagino que para explicar a los vecinos lo que nos proponíamos hacer. Yo aproveché para ir al baño y tomar lo mayor cantidad de agua posible. Cuando estaba por salir del baño, escuché unos portazos tremendos. Me agarró una sensación de pánico tremenda. El bañito se me volvió más chico que nunca y mi deseo era escapar, quería escalar y encontrar una ventana imaginaria para salir de ahí. Aguanté unos segundos…cuando escuché muchas voces, decidí salir.
Lalo agitaba sus brazos mientras gritaba desaforado –¡Cagamos, vienen acá! ¡Sacá el revólver, Ramírez! ¡Dale!
-Tranquilo –yo me fijo, contestó Ramírez. Estaba demasiado calmado, como si estuviera reviviendo su escena favorita de una película de espías.
Nuestro equipo se quedó arriba, justo al comienzo de la escalera. Los familiares y vecinos de Lalo se encerraron en la segunda habitación. Yo miré a mis compañeros y me decidí a bajar atrás de Ramírez. Mientras descendía las escaleras, logré ver cómo Ramírez preparaba el revólver.
¡Tum, tum, tum! ¡Tum, tum, tum! La puerta de entrada se quejaba por los terribles golpes.
Ramírez se tocó un instante la garganta, y luego preguntó -¿Quién es?
-¡Hola, Wenceslao soy! ¿Ramírez? ¿Sos vos? –contestó una voz de un viejo.
Los ojos de Ramírez se cerraron un segundo. Respiró hondo y empujó una hoja de la puerta para afuera. Al instante entró un señor, todo transpirado. Ramírez le señaló la escalera. Arriba, en la sala de las consolas, lo esperaban varios ojos inquietos. Todos suspiraron cuando lo vieron.
-Nos hiciste cagar en las patas, viejo…
-¿Cómo va, Wence?
-Vos también sin agua, ¿no?
-Che, acá sale todavía. ¿Querés tomar algo?
-A ver si te das una idea…
-En esa puerta hay más vecinos, quizás conocés a alguno.
-¿Viste algo raro mientras venías para acá?
El coro de voces era caótico. Todos preguntaban a la vez. Wenceslao se tomó un tiempo en bajar un vaso de agua de la canilla que Darío se ofreció en traerle.
-¡Ah, qué fresco! No había nada raro en la calle, a mí me parece que ya se rajó medio mundo del barrio –contó Wenceslao mientras llevaba el vaso de agua a su sien.
-Chicos, saludo a todos y me pongo a ver qué tienen –resolvió Wenceslao. Ramírez le señaló la puerta a la sala más chica, el viejo asintió y enfiló para ahí.
A los minutos salió Lalo de la sala y se fue directo al baño, en la mano llevaba unas guías de teléfono. Todos nos miramos y no pudimos contener una risa, creo que hasta Ramírez sonrió. Cuando el verdulero salió del baño, vimos que tenía toda su bermuda empapada y el agua caía por sus piernas.
-¿Lalo, qué te pasó? –preguntó Joaquín.
-No, no, no es nada, es que con el calor que hay yo me voy al lavatorio y me mojo las bolas. Como no llego, pongo estas guías en el piso ¡Qué se le va a hacer! –respondió el verdulero mientras se señalaba la bermuda y agitaba las guías amarillas.
Todos largamos una carcajada, pero nos quedamos en silencio cuando Ramírez habló –me parece que no es correcto lo que estás haciendo. El baño es de todos, no es para que hagas eso. Además acá hay aparatos que no pueden ser mojados, así que no lo hagas más –la cara de Ramírez no tenía ninguna emoción, pero el tono era terrible: hacé caso o te vas a la mierda.
-Listo –contestó Lalo, y de una zancada abrió la puerta de la otra sala.
Cuando Wenceslao se unió al equipo, Ramírez tomó la palabra –La idea es la siguiente. Esta radio está intacta, todo su equipo funciona bien. Queremos cambiarla, dejar de transmitir FM y pasar a usarla como radio de onda corta, totalmente cifrada. No podemos seguir esperando a la policía o al gobierno local, así que necesitamos organizarnos entre nosotros. Me podrán tildar de paranoico, de loco, pero no de boludo. A mí nadie me boludea, lo que está pasando no es una situación normal. Darío tiene siete equipos transmisores, por ahora tenemos solamente esos. Quizás más adelante consigamos otros. ¿Wenceslao, qué te parece el tema? –indagó Ramírez mientras pasaba un dedo por el panel principal de la consola grande. Su discurso había terminado, ahora el estratega quería escuchar opiniones.
-Eh, sí, yo creo que puede ir. Es cuestión de utilizar una frecuencia. Yo algo entiendo porque en Paraguay fui radioaficionado cuando era pibe. Nada que ver a estas máquinas, allá no tenía algo así. Pero la base debería ser la misma –Wenceslao contestó desde el piso, estaba agachado revisando los equipos.
-Obviamente, toda esta movida muere acá. ¿Entendés, Wenceslao? –Ramírez encaró al paraguayo.
-Sí, pero de eso no tengas dudas. Yo también no sé para dónde ir, eh. No creas que me quedo esperando la vuelta del agua como un perejil. No tengo idea qué pasa, pero los quiero ayudar a ustedes –respondió Wenceslao, acababa de levantarse y miró fijamente a la cara de Ramírez.
-Es una pavada, en menos de cinco horas tenemos el equipo funcionando. Aparte el alcance es muy bueno, usamos a la radio para cubrir toda esta zona, joya –agregó Darío con voz entusiasmada.
-Tranquilo, tenemos tiempo. Fijate que quede bien. Les pido a todos que repasen los códigos en clave –aconsejó Ramírez.
La puerta de la sala se volvió a abrir y salió Lalo. Esta vez con una bermuda seca, pero totalmente en cuero.
-¿Así está mejor? Me voy a hacer guardia, me pudro acá adentro –dijo mientras daba una vuelta para mostrarnos su nuevo y sudoroso atuendo.
Todos miramos un segundo a Ramírez y como no salió una palabra de su boca, nos pusimos a trabajar en el armado de la radio.

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