jueves, 27 de octubre de 2011

(18) Donna...

El calor era realmente terrible y en combinación con el alto porcentaje de humedad típico de Buenos Aires, el producto se convertía en un factor insoportable. Sin embargo, ésto no evitó que Jonás cayera adormilado, acurrucado sobre el mugriento suelo de uno de los vagones de la línea ferroviaria General Roca, con destino a Plaza Constitución.
El joven de cabello corto y negro como el ébano, llevaba las piernas flexionadas de tal forma que ambos brazos los tenía cruzados y apoyados sobre sus rodillas. Dormía con la cabeza oculta en el hueco que se formaba con aquella figura y la espalda reposando sobre el dorso de uno de los asientos individuales. Justo delante de una de las puertillas laterales del vagón.
Hacía pocos minutos que el tren había retomado su marcha desde la estación Remedios de Escalada y Jonás ya se encontraba sumergido en un profundo y épico sueño. Aunque el pequeño descanso no duró mas de ocho minutos.
- ¡Te ven- cí! - dijo la voz cantarina de una niña pecosa y de cabellos anaranjados - Tenés que aceptarlo, las marcas estan en la arena. ¿Ves? - y agachándose señaló con el índice hacia donde se hallaban unas pequeñas huellas hechas sobre la arena.
- Fue un bonito salto. - reconoció el niño, que miraba con ojos tristez a la pequeña.
- ¿Qué te pasa, Jonás? - se preocupó la niña.
- Ah... ¡No, nada! - se sorprendió angustiado. Y la tarde comenzaba a abandonar a la parejita, mas allà de los límites de la Plaza Monroe - Me pone mal que en un rato tengas que irte. - La angustia se hacía real para Jonás.
- ¡No seas ton- to! - cantaba la pequeña mientras volvía sobre sus pasos desde la relusiente marca de un nuevo record grabado en la arena, hacia las hamacas. - Voy a decirle a mi mamá que me traiga el sábado, si querés. - Jonás no respondió, en lugar de eso, se esforzó por lograr una sonrisa. Algo que a duras penas consiguió. - ¿Querés intentarlo otra vez? - preguntó la nena. - ¡A ver si esta vez me ganás!
- No, así está bien. - Jonás sabia muy bien que podía ganarle en 'los saltos' las veces que él quisiera. Su peso, tan sólo por ser varón, hacía que el impulso sobre la hamaca fuese mayor al de ella y por lo tanto su salto seria mas alto y mas largo. Pero prefería dejarla ganar.
- No te pongas así. - y acercándose a Jonás, la niña trató de animarlo. Tomó una de sus manos y lo besó en la mejilla izquierda. - ¡Tengo un primo ton- to!
- No seas mala conmigo. - forzó nuevamente una sonrisa, esta vez algo nerviosa y se soltó rapidamente de su mano, atinando torpemente a retroceder dos pasos. - Y vamos, que si nos tardamos más mi mamá se va a preocupar.
La niña de cabellos anaranjados estuvo de acuerdo y ambos se pusieron en marcha, de vuelta a la casa de Jonás.
- Prometeme que vas a practicar más los saltos.
- Te lo prometo. - repuso Jonás mientras pensaba que, incluso sin ninguna hamaca, podía llegar a saltar asombrosamente. Recordaba cuando escapó de aquel perro de su tía.
Eran las 14:18 para cuando el trén dejaba atrás la estación de Gerli. Y el vagón en donde Jonás seguía soñando se hallaba casi lleno.
La última vez que la puertilla lateral se abrió, un hombre maduro que iba de saco y corbata y que llevaba una bolsa de cartón brillante y cordones de colores por correas, tropezó con el joven acurrucado sobre el suelo y soltó una maldición. Del otro lado del acceso al vagón, dos chicas reían divertidas, complacidas con el hecho. Una de ellas, la mas bonita, evitó la mirada severa del hombre maduro mientras que la otra se detuvo en el Jonás del suelo, que continuaba soñando y que había dejado de ser un niño de regreso a su casa.

Ahora él se encontraba corriendo con todas sus fuerzas. No le interesaba de donde venía. Por más que aquellos metros dejados atrás, tan cubiertos de arena, no hubieran existido. Ni siquiera era consciente de ello. Él corría en línea recta, se esforzaba por alcanzar algo. No se cansaba, ni se agitaba, solo corría. Entonces, como volviendo a nacer, sintio el aire arremolinandose entorno suyo. Lo sentía cortarse con cada paso, mientras absolutamente todo terminaba por definirse a su alrededor.
Era un pasillo largo, que finalizaba sobre unos dóce peldaños cuesta abajo y desde allí un descanso mediaba entre éstos y otros seis, que en ángulo recto terminaban en la planta baja de una casa.
El joven llegó rápidamente al final del pasillo y sin siquiera detenerse a pensar un segundo en los peldaños, saltó asombrosamente por encima de estos y cayó espectacularmente sobre el descanso. Desde allí logró ver a una adolescente de cabellos anaranjados, escapar por la sala en dirección al patio trasero de la casa. - Vuelve aquí, tramposa! - gritaba Jonás al tiempo que su prima soltaba una carcajada melódicamente.

Finalmente el tren se detuvo en Constitución y las puertillas laterales de los vagones se abrieron, dando paso a los pasajeros. En aquel vagón el hombre maduro fue el primero en salir, abriéndose paso y esquivando, esta vez, al bulto tirado allí en el suelo. Y del otro lado de la puertilla, una de las jóvenes que se había detenido en Jonás, comenzó a acercarse a éste.
- Despiertate... - la imagen era borrosa. - ton- to. - y en un segundo, mientras la joven alcanzaba a su compañera y se alejaban por el andén, Jonás logró despertarse por completo. Sentía que el estómago se le volvía y a la altura de la garganta, algo similar a una pelota de tenis le impedía tragar saliva. Intentó ponerse de pié y casi rompe en llanto.
Donna- te- lla - se le escapó en un suspiro.

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