domingo, 30 de octubre de 2011

(24) Sin Solución


“¿Por qué me mirará así? Ahora no me puede decir nada al respecto…estoy acá, llegué a hora y no puse un pero…la verdad no entiendo…”

- Bueno, Tomás, antes de comenzar nuestra charla, no voy a indagarte sobre qué paso la otra vez, pero quiero decirte que no me gusto nada recibir un mensaje tuyo minutos antes de vernos. Vos sabes bien cuáles son tus obligaciones y sabés perfectamente que yo no estoy acá para hacerme un favor a mi misma. Hace mucho que venimos con las mismas cuestiones y reiteradas veces pasó lo mismo. No me quiero extender mucho porque sino se nos va a acortar el tiempo y tengo a otras personas que quieren verme. Bueno comencemos…

Un minuto de silencio inundó a Tomás, no sabía cómo ni por dónde empezar, tenía claro que todos sus actos no hacían más que sumergirlo…

- Adriana, realmente no me estoy sintiendo nada bien últimamente. Intento salir adelante pero todo lo que hago es en vano, encima hace como tres días no tengo agua en mi departamento. Ruego que me disculpes por las condiciones en que me encuentro.
- Sí, me di cuenta, Tomás – responde Adriana abriendo la ventana y dejando correr un poco de aire fresco para ventilar el olor nauseabundo del despacho.

Ella, mientras escuchaba atentamente a Tomas, empezó a concentrarse en sus expresiones, el movimiento de sus manos, la tensión de su cuerpo…

- ¿Por qué sonreís cuando me contás todas estas cosas Tomás?
- ¿Estaba sonriendo? Perdón, no me di cuenta.
- Mira Tomás, no quiero entrar en rol de madre, con el respeto que se merece, pero es momento de que te queden las cosas en claro. Hace años que estamos en terapia evacuando ciertos temas profundos e intento llevar a cabo de la mejor manera mi trabajo. Te conozco desde muy pequeño y sé como vienen las cosas. ¿Vos crees que llevando la vida como la llevas podés salir adelante?  Poné por un segundo tu mente en blanco, tranquilizate y respondeme…
- Yyo yyo, no sé qué decirte. Sinceramente, estoy plantado en medio de la nada, no encuentro nada que me haga feliz realmente.
- ¡Pero cómo me vas a decir eso por favor, si no haces nada por vos!.A ver, contame desde la última vez que tenias que venir para acá, desde que me mandaste ese mensaje de texto hasta hoy, ¿qué hiciste?
- Intente salir, te lo juro, Adriana
- Intentaste.  ¿Pero lo hiciste? Porque una cosa es intentar, pero de ahí a hacerlo hay una diferencia abismal. Mira Tomás, te vuelvo repetir con todo el cariño que te tengo, te conozco desde que tenés seis años, llevo tratándote mucho tiempo y lo que me corresponde a esta altura de la etapa es serte lo más sincera posible porque no veo solución ni evolución alguna. Traté cambiándote la medicación y no funciono. Has venido hasta tres veces a la semana, tampoco, y no noto ningún progreso en vos. Si no salís por tus propios medios nadie lo va a hacer, ¿entendés, Tomás? Disculpame la forma en que te lo digo, pero siempre estamos en la misma situación. Ya no hay manera ni forma de que te entren las cosas en la cabeza, sé que mi función es orientarte para que tomes un correcto camino, pero la última palabra la tenés vos.

Tomas aunque escuchara a la especialista, no hacia otra cosa que regañarse por la forma tan directa en que se estaba llevando con su psiquiatra.

¡Por Dios! Otra vez la misma historia, no sé para qué vengo. Ya estoy harto de que siempre me diga lo mismo, si apenas me diera una solución de cómo afrontar todo esto, ¿pero qué solución?¿Solución a qué?”

- ¿Tomas, me estás escuchando?, 
- Sssi, ssi, atentamente, Adriana.
- No me vengas con esos cuentos otra vez, eh. Intento sacarle fruto a esta sesión pero noto una especie de desgano en tus palabras, en tu forma de expresarte.
- Para nada, Adriana…

Después de veinticinco minutos de terapia, Tomas no soportó más la manera en que recibía tantos “sermones” por parte de su especialista.

“Pero qué me viene a decir a mi ésta, se cree que es mi vieja. Es al pedo venir acá, mejor me las tomo, no da para más esta conversación”

Adriana seguía hablando pero Tomás, ante tanto fastidio acumulado, no hace otra cosa que alejar la silla, levantarse e irse directamente del consultorio.

- ¿Tomás, que haces? ¡No terminamos, aún!

Un portazo terminó dando por concluida la charla. Una vez en plata baja, Tomás aprieta fuertes sus manos, mira hacia el piso concluyendo con un último pensamiento

“Pelotuda. Ya sé perfectamente toda esta mierda que me dice. ¿No se da cuenta que no lo puedo cambiar? ¿No se da cuenta de que este circo que hacemos es parte de la situación?”



Escrito por: Emiliano

(23) Última carta

Queridísimo primo del alma.

¿Por dónde andarás, joven caprichoso alejado del mundo?
No sé cuándo volveré a verte, ni cuándo podrás leer esta carta. Ahorita mismo estoy viéndome frente a tu pila de libros. ¡Cuántos títulos, che! Y de lo mas variados. Incluso, algunos me resultan muy curiosos: 'Secretos del cósmos'? ( C. A. Roman). No te hacía tan curioso, primito.
Bueno, no sé bien qué hago aquí, tampoco sé cuando vayas a leer estas líneas ya que pienso esconder la carta en algun lugar. Sé que te llevará tiempo encontrarla. Te conozco, tonto y sé que encontraré el lugar indicado para ocultarla, para ocultarme durante un tiempo. Hubiese querido encontrarte esta tarde... Pero ya ves; la falta de comunicación entre nosotros es tanta, que bueno. Ni sé en dónde te escondés. ¿Por dónde andarás esquivandole el bulto a la vida, joven cobarde?
¿Te acordás cuando jugabamos a la rayuela, J. C? O cuándo te vencía en los saltos? ¡Cómo extraño ser tan inocente! Sin embargo hoy, esta tarde, me siento más irresponsable que nunca. A pesar de percibir dentro mío lo más hermoso y terrible. Algo que ambos sentimos durante mucho tiempo. ¿En qué nos equivocamos? Si es que nos equivocamos. ¿Acaso es un error lo que siento? ¿Hicimos algo que en realidad está mal? Yo ya me he perdido y es por eso que necesitaba encontrarte. Pues bien, no te he encontrado, Jonás Calzetta.
No quiero llorar, así lo tenía planeado. Pero es tanta la presión para una sola persona, que ya no sé qué hacer. Aunque me doy una idea, primito querido.
¡Wow! Ya encontré el lugar indicado. Y si lo encontrás, deberás resolver, también, este acertijo, (que ya tenía a medio pensar) y que acabo de resolver: (...) 28, 130, 151, 152, 143, 100, 76, 101, 144, 92, 103, 108, 64, 155, (...)
¿Podrás llegar a la solución, prímo? Ya van 28 semanas y todas victorias mías! ¿Podrás alcanzar la verdad? ¿Lo harás a tiempo? Todo depende de vos. Yo.., (cuanto me cuesta decirlo) te amo. Y lo siento. ¡Lo siento muchísimo! ¿Podrás?

Donnatella Dannone.

viernes, 28 de octubre de 2011

(22) Alusión

 Mira su reloj impaciente, eran las 16.30hs.

Todavía falta media hora para estar según lo acordado con Ramírez en la radio, voy a dar una vuelta para hacer tiempo”- pensaba Wenceslao.

De repente, en su trayecto hacia el lugar quedó detenidamente inmune, y un dejo de recuerdo lo acongojó un poco.

- Querido Wences, buen día. ¿Cómo amaneciste hoy? – preguntaba Osvaldo Ramírez.
- Don Osvaldo, la verdad estoy muy contento. Hace tiempo que no me sentía tan bien, no puedo pedir más nada al respecto. Tengo unos inquilinos más que respetables, y teniendo en cuenta de dónde vengo, no creí nunca poder relacionarme y vincularme con gente como usted. Sinceramente estoy hecho, por formar parte de este edificio. Pensar que hace años venía desde Paraguay sin nada, tratando de hacerme valer por mis propios medios y encontrar a gente así me enorgullece – respondía Wenceslao tan plácidamente.
- Dicen que el destino lo tenemos escrito todos, si usted ha parado aquí es por algo. Si en estos pocos años, se ha ganado mi amistad y confianza no es por nada. Si el destino quiso que nos cruzáramos estoy dichoso de eso y brindo por estos años de amistad, porque sinceramente más que mi encargado, es mi amigo y confío en usted como nadie. ¡Qué loco, cómo se fueron dando las cosas! Me sentía apartado de la sociedad y usted fue la primera persona que se apoyo en mí cuando más lo necesitaba. Cuando la sociedad me tildaba de “loquito disfrazado”, usted fue una de las pocas personas que se acercó cuando necesitaba una compañía. Y agradezco al cielo, primero porque por más que haya vivido lo que viví, bien sabe de lo que hablo, hoy estoy aquí contemplando un nuevo día – acotaba Osvaldo mientras tomaba un descando de tanto hablar, luego continuó hablando - Lo que le quería decir, salvando estas palabras de agradecimiento hacia su persona, es que dentro de un rato viene mi sobrino. En cuanto llegue, hágalo pasar así me ahorro el trabajo de bajar. ¿Puede ser tan amable, Wences?
- Sí, ¡comó no, Don! En cuando llegue lo haré subir – arremetía Wenceslao.
Osvaldo concluyó agradeciéndole al encargado.

De inmediato volvió en sí, y las lágrimas brotaban de sus ojos al recordar tanta historia vivida con aquel veterano de guerra.

-Bueno, Wences, volvé a tierra. Hay que seguir adelante y no decaer. No se quién me manda a meterme en estas cosas- Y mirando al cielo acota – pensar que lo hago por vos, mi amigo.

Mira su reloj y ya se estaba cumpliendo la hora para juntarse con Ramírez.
Llega a la puerta y bruscamente la golpea…¡¡¡Toc toc toc toc toc toc!!

Escrito por: Emiliano

(21) Buenas nuevas

…mientras más tiempo paso dándole vueltas a la idea, más me convenzo de que estamos en lo correcto. Claro, hay que tener en cuenta la cantidad de cambios que sufrió la población, es decir, no sólo en lo numérico sino también en lo organizativo.
¿Cuántas personas saben o les interesa saber cómo fueron llevados a este funcionamiento? La respuesta jamás podría pasar los dos dígitos. Es cierto, nos llevaron a esto, nos adiestraron, nos dejamos adiestrar. Es que dejamos pasar mucho tiempo, miles de años. Hoy nos encontramos con personas completamente fieles al status quo. Muchos no los culpan, yo sí. A los ojos de la mayoría, las cosas suceden cuando les suceden, sino no existen. Eso sí, si les sucede se convierten en los abanderados de la compresión y la empatía, en el mejor de los casos, o se confirman como lo que se supone deben ser. Igual, no me interesa ir en contra de los que no se preguntan por qué carajo viven como viven.  Ya vamos a cruzarnos, con ellos y con los que no tienen nada de qué quejarse.
Es que no puedo entender cómos somos tan pocos lo que imaginamos una alternativa a los convenios culturales y los mecanismos sociales. Fue tan profunda la incisión, que pareciese que planteamos un discurso pronunciado en hitita.
Hoy somos vecinos de una ciudad dividida en 48 barrios, con una superficie 200 kilómetros cuadrados, superando los tres millones de habitantes  y con un presupuesto cercano a los 20.000 millones de pesos. Algunos podrán decir que es poco, otros podrán decir que es mucho. Yo digo que me importa un carajo. ¿Suena estúpido, ilógico, infantil? ¿Acaso no suena estúpido, ilógico e infantil  que un exista un barrio como Villa Riachuelo y otro como Nuñez?
Pero esto no se trata de gestiones ni de las formas de los sistemas económicos, mucho menos de administración de cuál o tal gobierno. Esto se trata de algo mucho más importante. Pasaron cientos de líderes políticos, cientos de inventos mediáticos, cientos de ajustes, cientos de soluciones, cientos de ideas, cientos de escritores, cientos de pensadores, cientos de años de comprensión y análisis. Y pareciese que somos los mismos.
Podría preguntarme qué llevó a el estado a dividir los barrios de la manera que lo conocemos, pero eso me llevaría a falsas discusiones porque, claro, no es solo mi buenos aires querido quien sufrió una segmentación a conveniencia. Imaginemos que mañana pasa alguien por nuestra casa y nos dice que del comedor hacia la puerta pasa a ser propiedad del vecino. Claro, esto no puede pasar en nuestro mundo perfecto de propiedad privada. A quién se le puede ocurrir semejante locura. Sin embargo, sin caer en la pelotudez del discurso progresista de los pueblos originarios, esto en algún momento de nuestra historia tuvo que suceder. O acaso alguien piensa que la sangre que regó nuestra cosmopolita ciudad tuvo alguna otra razón.
Sin querer entrar en una catarata de puntos negativos de la vida actual, lo primero que se me viene a la cabeza es lo siguiente: supongamos que San Telmo fuese la capital del país y que el país fuese lo que hoy es Capital Federal.  Llevémoslo al plano más real posible, la capital es el centro económico más importante del país, allí se mueve la mayor cantidad de actividad comercial y se encuentra el mayor avance tecnológico. Supongamos que en San Telmo existen 30 mil habitantes. Basándonos siempre en la forma de vida existente, deberíamos saber que existen también en esa capital dos o tres hospitales, tres o cuatros diarios, dos o tres equipos de fútbol, y así con todo. ¿A que nos lleva esto? Bueno, deberíamos suponer que cada uno de los habitantes con la fuerza suficiente para trabajar estaría ocupado. Ahora, siempre siguiendo los consensos sociales que tenemos, supongamos que todos estos trabajadores trabajan de su vocación, de lo que les gusta. Tengamos en cuenta también que los puestos de trabajo de la capital están también ocupados por algunos de los habitantes del resto del país.
Bajo esta circunstancia, cualquier error de cálculo, cualquiera que se equivoque de vocación tiraría por el suelo el status quo de la sociedad. Esto es algo que pasa continuamente, y quizás está bien que a nadie o a muy pocos les importe. Pero hay que darse cuenta. ¡Esto no tiene solución alguna! ¿Por qué? Porque pensamos como pensamos, porque tenemos en la cabeza que el trabajo es algo necesario, no para generarle a la sociedad, sino para generarnos algo a nosotros mismos, sea dinero, identidad, ocupación, distracción. Y es todo parte de la misma farsa, la cultura del trabajo. Si nadie entiende qué carajo significa trabajar.  Porque no sabemos por qué carajo venimos a nacer, porque no sabemos para qué carajo hacemos lo que hacemos. Pero, eso sí, qué bien se sienten cuando cobran por su trabajo. ¡Y cómo no sentirse bien! Si puedo pagar la luz, pagar el gas, pagar la tarjeta de crédito, pagar el teléfono, pagar internet, ¡puedo comprarme lo que quiero! Eso sí, todo no se puede, nadie en su sano juicio podría pensar que se puede todo.  Está tan bien ejecutado el adiestramiento que, a pesar de saberlo, a nadie le importa.
¿No podría funcionar todo mejor a una menor escala, con representatividad real? ¿No sería más lógico que se trabaje en pos de un grupo  para satisfacer las necesidades y cumplir sus objetivos? ¿No viviríamos mejor si pudiésemos elegir con qué molde creamos y desarrollamos nuestra sociedad?
Pero no tienen tiempo para preguntarse eso, tienen cosas que hacer. Tampoco tienen tiempo para saber qué les gustaría realmente hacer, y si alguno cae en esa trampa pasa sin escalas a la añoranza eterna. De alguna manera es entendible, pero no aceptable. De ninguna manera aceptable, porque a lo largo de la historia se plantaron semillas y no fueron pocos quienes las vieron crecer, no fueron pocos los que las vieron brillar bajo el sol. Sin embargo, fueron muchos los que decidieron dejarlas morir, fueron muchos los que dejaron que todo se desvaneciera.
Yo no voy a ser uno de esos y prefiero morirme antes de no pelear por mí, porque en definitiva eso es lo que hacemos todos, pelear por uno mismo, por sentirnos bien. 
Tenemos la capacidad para hacerlo y la motivación, quien quiera abrir los ojos tiene que saber que tendrá que vaciar el vaso y volver a servir.  Con nuestra inteligencia podemos dejar de ser víctimas de la vida, porque todos los somos, aunque muchos no lo quieran ver.
Organicemos cómo lo vamos a hacer y pongámonos de frente a la vida que queremos tener. Porque si no lo hacemos por nosotros no lo hacemos por nadie...

Las palabras de Gabriel sonaron fuerte. El Hipopótamo, a pesar del silencio, tenía más vida que nunca.
La noche avanzó con discusiones y propuestas entre las treinta y siete personas presentes. Entrada la madrugada, los vecinos fueron abandonando el bar uno a uno. En la esquina saludaron al oficial Velázquez diciendo: “Hasta mañana, compañero”.



Escrito por: Matías

(20) Registro Negro

- Los días pasados no noté cambios, y eso que hasta llegué a pensar en rezar para que podamos escapar de acá. Hoy cambió todo. Alejo a la mañana tenía la vista fija en un punto imposible de ubicar, como si estuviera pensando a cientos de kilómetros de distancia. Costó sacarlo de ese estado. Cuando volvió a recuperar la razón, me sonrió con sus enormes ojos azules. Estoy segura que no se acuerda de ese trance, no es la primera vez que le pasa. Por suerte nadie del refugio se enteró.
- Al mediodía llegaron dos personas más al refugio. Les pasó algo similar, perdieron la casa y tuvieron que entregar todas sus monedas. Todavía no hablé con ellos, pero escuché todo lo que le contaban a Diego. Parece que algunos vecinos empiezan a organizarse para no tener que dejar sus casas. No me gusta nada lo que puede pasar.
- Cada vez me cae mejor Diego. Siempre está preguntando si necesitamos algo. En especial me agrada que haga sentir bien a Alejo cuando le pregunta sobre política o cosas de fútbol.
- Voy a tratar de esconder el diario, por las dudas. El problema es que no soy buena para elegir escondites. Mañana tengo pensado salir a dar una vuelta, quisiera saber si puedo averiguar algo más sobre lo que está pasando.
- Nochecita, cambio de planes o lo que sea. Ya le están quemando mucho las manos y yo no sé qué hacer. A primera hora de mañana salgo a recorrer el barrio a ver si los encuentro. Ahora quiero estar más segura que nada antes de hacer algo.

(19) Tarde de radio

-¿Quién carajo anda ahí? ¡Váyanse de acá!
Con apenas un grito, toda nuestra planificación se vino abajo. Caímos en la realidad que somos apenas un grupo de vecinos sin tener en claro qué queremos hacer. Nos miramos entre todos y después de murmurar un poco, decidimos seguir adelante.
Nos esperaba el gordo Lalo, en la puerta de RADIO FEDERAL 93.9. El muy boludo revoleaba el revólver, saludando nuestra llegada.
Ramírez iba adelante, caminaba firme pero se notaba que estaba deprimido, como si le hubieran sacado un juguete.
Nos paramos a pocos pasos de la entrada, tratando de escapar a los rayos del Sol que te calcinaban en segundos.
-¿Son de acá? No los conozco a ninguno, ah, sí, a vos sí, a ese también. Los atendí varias veces, ¿qué buscan? –nos interrogó Lalo mientras escondía el revólver atrás de su espalda.
-Señor, soy Ramírez, no lo conozco pero algunos de los que están conmigo sí lo conocen. Nos empezamos a reunir cuando nos sacaron las casas. Cada vez somos más, incluso estamos esperando a un grupo de chicos que vienen a ayudarnos. Queremos acercarnos hasta la radio, necesitamos entrar ahí –contestó Ramírez con su clásico tono telegráfico. Él está convencido que esa forma es ideal para transmitir respeto y demostrar autoridad.
-Bueno, por acá no es muy diferente. Aunque ustedes pintan estar más organizados. Suban, si quieren, en la radio no hay nadie. Arriba está mi familia y un par de vecinos de mi cuadra. Nos venimos para acá porque también nos sacaron la casa. En la radio no encontramos a nadie, por suerte todavía acá hay agua. ¿Quieren tomar algo? –ofreció Lalo.
La tarde estaba en su punto más calurosa. Todos subieron para tomar agua. Yo me quedé por pedido de Ramírez, tenía que seguir anotando todo lo que pasaba.
-Seguí anotando todo, todo –me ordenó Ramírez en voz baja.
-¿A quién esperan? Les pregunto porque en la radio no hay mucho lugar, ustedes van a entrar, pero si se corre la bola que acá hay agua, cagamos fiero. A vos te conozco, ¿no? –me preguntó Lalo.
-Me llamo Diego. Sí, te compré varias veces en el negocio –le contesté mientras me ponía justo al lado de Ramírez.
Ramírez decidió responder mientras se miraba los cordones de los zapatos -como dije, estamos esperando a un grupo de chicos que nos venía a ayudar por si no podíamos entrar a la radio. Igual, no creo que vengan, ya deberían estar acá.
-Bueno, mejor nomás. Escuchame, los aparatos de la radio están igual. Nadie tocó nada, ¿vos sabés cómo usarlos? –se entusiasmó Lalo. Se notaba que era un tipo tosco por la vida rutinaria que llevaba, pero mostraba una chispa de curiosidad que lo delataba.
-Sí. Es nuestra idea. También esperamos a alguien para que nos ayude con eso. Después explico –respondió Ramírez.
-Pucha, ustedes están en todo. La verdad que me viene cagazo, parece que supieran algo groso. Intenté llamar a la cana, a los bomberos, a la tele, pero ni bola. Todos se hacen los giles, no es que te putean o algo así, simplemente no te dan bola. Yo creo que lo que nos está pasando es culpa del calor. Cuando hay calor en Capital se arma quilombo, siempre fue así –afirmó Lalo mientras levantaba las dos manos, una de ellas seguía empuñando el revólver.
-Señor, no debería llevar un arma de esa forma. Puede pasar cualquier cosa, deme el revólver –exigió Ramírez. Por un segundo me pareció ver un brillo en sus ojos, como si estuviera por ganar una partida de ajedrez en apenas unos minutos.
La cara de Lalo se transformó. No esperaba que apareciera alguien y demoliera su autoridad. El Rey Inca entregó Tahuantinsuyo sin chistar –está bien, acá tenés. Pero no me trates así, llamame Lalo –contestó el verdulero, mientras le palmeaba la espalda a Ramírez. Nuestro estratega ni se inmutó por el elogio, aunque sujetó fuertemente el revólver y luego se puso a vaciar el tambor.
-Bueno, subamos –ordenó Ramírez. Después de pronunciar esas palabras, se mandó para adentro de la radio sin esperar una respuesta.
-Sí, pasen nomás. Cuidado la escalera. Yo cierro bien la puerta y subo, así hacemos todas las noches -contó Lalo mientras metía para adentro una hoja de la puerta.
-¿Cómo se enteró que había gente? ¿Cómo nos descubrió? –preguntó Ramírez mientras subía la angosta escalera.
-Ah, es que me avivé que había un brillo, tipo resolana rara. Cuando pasó varias veces, arranqué a gritar a lo loco –respondió Lalo.
Nunca me sentí tan pelotudo. El binocular de Ulises era un chiste, el borde dorado que tiene arriba de las lentes funciona como una mira láser en medio del Sol porteño. No me atreví a mirar a Ramírez, igual no me dijo nada.
La radio no es tan chica, yo me la imaginaba diminuta. La parte principal es un cuarto grande con dos consolas. En la parte de atrás hay un baño, y en el costado derecho de la sala aparece una puerta que comunica a otra sala de menor tamaño. En la sala más chica están todos los vecinos, son cinco, y la familia de Lalo (mujer y dos hijos). Los saludé a todos y me volví a buscar a Ramírez.
Al instante nos reunimos los siete integrantes de nuestro equipo en la sala de las consolas. Queríamos juntar todo el equipaje y ponernos a revisar los aparatos de la radio. Darío es el que más maña tiene con esas cosas, así que él nos explicó brevemente para qué sirve cada instrumento.
Una vez que terminó la pequeña charla, Ramírez volvió a entrar a la otra sala, me imagino que para explicar a los vecinos lo que nos proponíamos hacer. Yo aproveché para ir al baño y tomar lo mayor cantidad de agua posible. Cuando estaba por salir del baño, escuché unos portazos tremendos. Me agarró una sensación de pánico tremenda. El bañito se me volvió más chico que nunca y mi deseo era escapar, quería escalar y encontrar una ventana imaginaria para salir de ahí. Aguanté unos segundos…cuando escuché muchas voces, decidí salir.
Lalo agitaba sus brazos mientras gritaba desaforado –¡Cagamos, vienen acá! ¡Sacá el revólver, Ramírez! ¡Dale!
-Tranquilo –yo me fijo, contestó Ramírez. Estaba demasiado calmado, como si estuviera reviviendo su escena favorita de una película de espías.
Nuestro equipo se quedó arriba, justo al comienzo de la escalera. Los familiares y vecinos de Lalo se encerraron en la segunda habitación. Yo miré a mis compañeros y me decidí a bajar atrás de Ramírez. Mientras descendía las escaleras, logré ver cómo Ramírez preparaba el revólver.
¡Tum, tum, tum! ¡Tum, tum, tum! La puerta de entrada se quejaba por los terribles golpes.
Ramírez se tocó un instante la garganta, y luego preguntó -¿Quién es?
-¡Hola, Wenceslao soy! ¿Ramírez? ¿Sos vos? –contestó una voz de un viejo.
Los ojos de Ramírez se cerraron un segundo. Respiró hondo y empujó una hoja de la puerta para afuera. Al instante entró un señor, todo transpirado. Ramírez le señaló la escalera. Arriba, en la sala de las consolas, lo esperaban varios ojos inquietos. Todos suspiraron cuando lo vieron.
-Nos hiciste cagar en las patas, viejo…
-¿Cómo va, Wence?
-Vos también sin agua, ¿no?
-Che, acá sale todavía. ¿Querés tomar algo?
-A ver si te das una idea…
-En esa puerta hay más vecinos, quizás conocés a alguno.
-¿Viste algo raro mientras venías para acá?
El coro de voces era caótico. Todos preguntaban a la vez. Wenceslao se tomó un tiempo en bajar un vaso de agua de la canilla que Darío se ofreció en traerle.
-¡Ah, qué fresco! No había nada raro en la calle, a mí me parece que ya se rajó medio mundo del barrio –contó Wenceslao mientras llevaba el vaso de agua a su sien.
-Chicos, saludo a todos y me pongo a ver qué tienen –resolvió Wenceslao. Ramírez le señaló la puerta a la sala más chica, el viejo asintió y enfiló para ahí.
A los minutos salió Lalo de la sala y se fue directo al baño, en la mano llevaba unas guías de teléfono. Todos nos miramos y no pudimos contener una risa, creo que hasta Ramírez sonrió. Cuando el verdulero salió del baño, vimos que tenía toda su bermuda empapada y el agua caía por sus piernas.
-¿Lalo, qué te pasó? –preguntó Joaquín.
-No, no, no es nada, es que con el calor que hay yo me voy al lavatorio y me mojo las bolas. Como no llego, pongo estas guías en el piso ¡Qué se le va a hacer! –respondió el verdulero mientras se señalaba la bermuda y agitaba las guías amarillas.
Todos largamos una carcajada, pero nos quedamos en silencio cuando Ramírez habló –me parece que no es correcto lo que estás haciendo. El baño es de todos, no es para que hagas eso. Además acá hay aparatos que no pueden ser mojados, así que no lo hagas más –la cara de Ramírez no tenía ninguna emoción, pero el tono era terrible: hacé caso o te vas a la mierda.
-Listo –contestó Lalo, y de una zancada abrió la puerta de la otra sala.
Cuando Wenceslao se unió al equipo, Ramírez tomó la palabra –La idea es la siguiente. Esta radio está intacta, todo su equipo funciona bien. Queremos cambiarla, dejar de transmitir FM y pasar a usarla como radio de onda corta, totalmente cifrada. No podemos seguir esperando a la policía o al gobierno local, así que necesitamos organizarnos entre nosotros. Me podrán tildar de paranoico, de loco, pero no de boludo. A mí nadie me boludea, lo que está pasando no es una situación normal. Darío tiene siete equipos transmisores, por ahora tenemos solamente esos. Quizás más adelante consigamos otros. ¿Wenceslao, qué te parece el tema? –indagó Ramírez mientras pasaba un dedo por el panel principal de la consola grande. Su discurso había terminado, ahora el estratega quería escuchar opiniones.
-Eh, sí, yo creo que puede ir. Es cuestión de utilizar una frecuencia. Yo algo entiendo porque en Paraguay fui radioaficionado cuando era pibe. Nada que ver a estas máquinas, allá no tenía algo así. Pero la base debería ser la misma –Wenceslao contestó desde el piso, estaba agachado revisando los equipos.
-Obviamente, toda esta movida muere acá. ¿Entendés, Wenceslao? –Ramírez encaró al paraguayo.
-Sí, pero de eso no tengas dudas. Yo también no sé para dónde ir, eh. No creas que me quedo esperando la vuelta del agua como un perejil. No tengo idea qué pasa, pero los quiero ayudar a ustedes –respondió Wenceslao, acababa de levantarse y miró fijamente a la cara de Ramírez.
-Es una pavada, en menos de cinco horas tenemos el equipo funcionando. Aparte el alcance es muy bueno, usamos a la radio para cubrir toda esta zona, joya –agregó Darío con voz entusiasmada.
-Tranquilo, tenemos tiempo. Fijate que quede bien. Les pido a todos que repasen los códigos en clave –aconsejó Ramírez.
La puerta de la sala se volvió a abrir y salió Lalo. Esta vez con una bermuda seca, pero totalmente en cuero.
-¿Así está mejor? Me voy a hacer guardia, me pudro acá adentro –dijo mientras daba una vuelta para mostrarnos su nuevo y sudoroso atuendo.
Todos miramos un segundo a Ramírez y como no salió una palabra de su boca, nos pusimos a trabajar en el armado de la radio.

jueves, 27 de octubre de 2011

(18) Donna...

El calor era realmente terrible y en combinación con el alto porcentaje de humedad típico de Buenos Aires, el producto se convertía en un factor insoportable. Sin embargo, ésto no evitó que Jonás cayera adormilado, acurrucado sobre el mugriento suelo de uno de los vagones de la línea ferroviaria General Roca, con destino a Plaza Constitución.
El joven de cabello corto y negro como el ébano, llevaba las piernas flexionadas de tal forma que ambos brazos los tenía cruzados y apoyados sobre sus rodillas. Dormía con la cabeza oculta en el hueco que se formaba con aquella figura y la espalda reposando sobre el dorso de uno de los asientos individuales. Justo delante de una de las puertillas laterales del vagón.
Hacía pocos minutos que el tren había retomado su marcha desde la estación Remedios de Escalada y Jonás ya se encontraba sumergido en un profundo y épico sueño. Aunque el pequeño descanso no duró mas de ocho minutos.
- ¡Te ven- cí! - dijo la voz cantarina de una niña pecosa y de cabellos anaranjados - Tenés que aceptarlo, las marcas estan en la arena. ¿Ves? - y agachándose señaló con el índice hacia donde se hallaban unas pequeñas huellas hechas sobre la arena.
- Fue un bonito salto. - reconoció el niño, que miraba con ojos tristez a la pequeña.
- ¿Qué te pasa, Jonás? - se preocupó la niña.
- Ah... ¡No, nada! - se sorprendió angustiado. Y la tarde comenzaba a abandonar a la parejita, mas allà de los límites de la Plaza Monroe - Me pone mal que en un rato tengas que irte. - La angustia se hacía real para Jonás.
- ¡No seas ton- to! - cantaba la pequeña mientras volvía sobre sus pasos desde la relusiente marca de un nuevo record grabado en la arena, hacia las hamacas. - Voy a decirle a mi mamá que me traiga el sábado, si querés. - Jonás no respondió, en lugar de eso, se esforzó por lograr una sonrisa. Algo que a duras penas consiguió. - ¿Querés intentarlo otra vez? - preguntó la nena. - ¡A ver si esta vez me ganás!
- No, así está bien. - Jonás sabia muy bien que podía ganarle en 'los saltos' las veces que él quisiera. Su peso, tan sólo por ser varón, hacía que el impulso sobre la hamaca fuese mayor al de ella y por lo tanto su salto seria mas alto y mas largo. Pero prefería dejarla ganar.
- No te pongas así. - y acercándose a Jonás, la niña trató de animarlo. Tomó una de sus manos y lo besó en la mejilla izquierda. - ¡Tengo un primo ton- to!
- No seas mala conmigo. - forzó nuevamente una sonrisa, esta vez algo nerviosa y se soltó rapidamente de su mano, atinando torpemente a retroceder dos pasos. - Y vamos, que si nos tardamos más mi mamá se va a preocupar.
La niña de cabellos anaranjados estuvo de acuerdo y ambos se pusieron en marcha, de vuelta a la casa de Jonás.
- Prometeme que vas a practicar más los saltos.
- Te lo prometo. - repuso Jonás mientras pensaba que, incluso sin ninguna hamaca, podía llegar a saltar asombrosamente. Recordaba cuando escapó de aquel perro de su tía.
Eran las 14:18 para cuando el trén dejaba atrás la estación de Gerli. Y el vagón en donde Jonás seguía soñando se hallaba casi lleno.
La última vez que la puertilla lateral se abrió, un hombre maduro que iba de saco y corbata y que llevaba una bolsa de cartón brillante y cordones de colores por correas, tropezó con el joven acurrucado sobre el suelo y soltó una maldición. Del otro lado del acceso al vagón, dos chicas reían divertidas, complacidas con el hecho. Una de ellas, la mas bonita, evitó la mirada severa del hombre maduro mientras que la otra se detuvo en el Jonás del suelo, que continuaba soñando y que había dejado de ser un niño de regreso a su casa.

Ahora él se encontraba corriendo con todas sus fuerzas. No le interesaba de donde venía. Por más que aquellos metros dejados atrás, tan cubiertos de arena, no hubieran existido. Ni siquiera era consciente de ello. Él corría en línea recta, se esforzaba por alcanzar algo. No se cansaba, ni se agitaba, solo corría. Entonces, como volviendo a nacer, sintio el aire arremolinandose entorno suyo. Lo sentía cortarse con cada paso, mientras absolutamente todo terminaba por definirse a su alrededor.
Era un pasillo largo, que finalizaba sobre unos dóce peldaños cuesta abajo y desde allí un descanso mediaba entre éstos y otros seis, que en ángulo recto terminaban en la planta baja de una casa.
El joven llegó rápidamente al final del pasillo y sin siquiera detenerse a pensar un segundo en los peldaños, saltó asombrosamente por encima de estos y cayó espectacularmente sobre el descanso. Desde allí logró ver a una adolescente de cabellos anaranjados, escapar por la sala en dirección al patio trasero de la casa. - Vuelve aquí, tramposa! - gritaba Jonás al tiempo que su prima soltaba una carcajada melódicamente.

Finalmente el tren se detuvo en Constitución y las puertillas laterales de los vagones se abrieron, dando paso a los pasajeros. En aquel vagón el hombre maduro fue el primero en salir, abriéndose paso y esquivando, esta vez, al bulto tirado allí en el suelo. Y del otro lado de la puertilla, una de las jóvenes que se había detenido en Jonás, comenzó a acercarse a éste.
- Despiertate... - la imagen era borrosa. - ton- to. - y en un segundo, mientras la joven alcanzaba a su compañera y se alejaban por el andén, Jonás logró despertarse por completo. Sentía que el estómago se le volvía y a la altura de la garganta, algo similar a una pelota de tenis le impedía tragar saliva. Intentó ponerse de pié y casi rompe en llanto.
Donna- te- lla - se le escapó en un suspiro.

lunes, 24 de octubre de 2011

(17) Visita al Club (Parte Uno)

En una noche de intenso calor en Buenos Aires, Jean-François saltó la reja que protegía al “Club Atlético”. El centro de detención clandestino, ubicado en el barrio de San Telmo, fue demolido luego de la dictadura y gracias al trabajo de varios investigadores volvió a ver de nuevo la luz. Como si fuera un dinosaurio, el infame inmueble pasó más tiempo enterrado que posado sobre la superficie de la Tierra.
La mayor parte de la edificación conservada es subterránea. En sus entrañas se conservan diversas habitaciones, muchas de ellas preparadas para mantener civiles en cautiverio.
Jean-François se dirigió hacia el ombligo del yacimiento, el lugar que le interesaba se encontraba exactamente allí. En ese sector se arrodilló y levantó unas gruesas tablas que cumplían la función de un piso precario. En apenas unos segundos, el francés se dejó caer en el interior de la excavación. Ni bien llegó al piso, inspeccionó el contenido de la pequeña bolsa que llevaba como único equipaje, cuando comprobó el buen estado de la pieza siguió adelante.

El universo era exquisitamente negro. Sin fin y sin comienzo.

Jean-François conocía el plano del lugar y esa confianza lo llevó a acelerar el paso. Descendió una pequeña pendiente ubicada en el sector donde dormían los encargados de realizar los operativos y luego giró a la derecha, donde se topó con la entrada a una habitación diminuta.
Mientras posaba el oído en la pared izquierda del recinto, con la mano derecha golpeó el muro: toc, toc, toc… Esperó menos de tres minutos y volvió a empezar con el ritmo: toc, toc, toc.
Muy lentamente se corrió una insignificante abertura ubicada en el piso, a pocos centímetros de la pared. Cuando el agujero cobró una dimensión considerable, una frase brotó de su interior -¡Pape Satàn, pape Satàn aleppe! –dijo una voz con tono quejumbroso.
A Jean-François le costó mantenerse calmo. Con cierta duda en su voz, mientras miraba hacia abajo, respondió -Non ti noccia la tua paura; ché, poder ch'elli abbia, non ci torrà lo scender questa roccia. Ni bien terminó de expulsar estas palabras, sintió un frío intenso en su tobillo derecho. Todo su peso dejó de existir y sintió una absurda necesidad de no dejarse llevar a la nada.

Una mano irrumpió en el Caos y forjó varios mundos, algunos están habitados y otros esperan su momento.

Cuando recobró la conciencia, descubrió que se encontraba acostado en un angosto túnel. Al levantar la vista alcanzó a comprender que el camino estaba iluminado por cientos de velas rojas depositadas en el piso. Muy a lo lejos, observó a una persona envuelta en un largo traje de color rojo que terminaba coronado en una capucha puntiaguda. Con sumo cuidado, y revisando el contenido de su bolsa, Jean-François se levantó del piso y empezó a caminar lentamente en dirección a la extraña persona.
A medida que se acercaba a su objetivo, las velas eran cada vez más grandes y cubrían la mayor parte del túnel. En varias ocasiones el francés no tuvo más remedio que pasar por encima de las velas, pateando o aplastando totalmente a muchas de ellas.
A pocos pasos del extraño, el ladrón optó por quedarse quieto. Al encapuchado era imposible descubrirle la cara, una sombra negra recubría su rostro. Muy lentamente, el extraño preguntó con voz lastimosa -¿Seña?
El ladrón se tomó unos segundos en pensar la respuesta, luego ensayó una extraña pirueta que consistió en mover frenéticamente sus brazos y piernas. Casi al instante, el encapuchado levantó un brazo invitando al francés a que se acerce aún más. Jean-François terminó a pocos centímetros del extraño, pero seguía sin poder observar su rostro. El hombre de rojo giró su cabeza hacia atrás y señaló el camino que se encontraba detrás de él.
El francés se puso nuevamente en marcha, aferrando con fuerza la bolsa que lo acompañaba.

La mano se preocupó que el Orden intervenga en un planeta específico, al que cuidó del alcance del Caos.

Luego de hacer varios pasos comprobó que el camino lineal del túnel se cortaba abruptamente para dar lugar a una enorme sala con varias puertas ubicadas en los costados. La iluminación era bastante buena en un sector de la estancia, aunque el espacio opuesto estaba sumido en la oscuridad. Girando rápidamente la cabeza pudo divisar que había cuatro entradas con forma de arco a la izquierda y llegó a distinguir, al menos, dos puertas iguales ubicadas a su derecha. En la otra punta, exactamente en el lado opuesto al ladrón, se encontraba una entrada más. Jean-François notó que todas las entradas visibles tenían un número romano tallado en la parte superior del arco.
-Puerta nueve, puerta nueve, puerte nueve –susurraba el extraño de rojo que había quedado muy distanciado del ladrón. La voz del encapuchado sonó extrañamente lejana, como si se encontrara a kilómetros de distancia.
Jean-François se fijó que sobre su izquierda las puertas mostraban los números que iban del primero hasta el cuarto, así que concluyó que la puerta nueve era la entrada sellada que se ubicaba en el extremo opuesto del recinto.
Decidido a pasar lo más rápido posible por la gran sala, empezó a caminar por el medio de la habitación mientras sujetaba su pequeña bolsa.
El francés no pudo evitar echar una rápida mirada para el sector de la derecha, aunque no logró observar nada interesante debido a la poca visión. En el lado izquierdo las primeras dos puertas estaban selladas, pero la tercera se encontraba abierta y gracias a la iluminación de las velas pudo percibir que estaba vacía.
La entrada siguiente, la cuarta, se mostraba abierta y fuertemente iluminada en su interior. La curiosidad tentó demasiado al ladrón, y al llegar a pocos centímetros del cuarto, Jean-François hundió la cabeza para husmear su interior.
Se encontró con una pequeña celda desprovista de objetos de interés. El piso estaba cubierto de paja y al fondo del cuarto se ubicaba una sencilla mesa de madera con dos sillas. Resignado a sufrir una gran decepción, el francés se prestó a retirar la cabeza del interior de la celda. Imprevistamente, una cara mezcla de humano y cabra salió desde el techo del diminuto recinto y se posó a pocos centímetros de Jean-François. El ladrón sufrió el peor susto de su vida, y lo festejó con un gran grito. La bestia, con pequeños ojos rojos, estaba colgada en el techo de su celda y giraba su cabeza constantemente. Su cabeza lucía largas extensiones de cabello blanco y negro que tocaban el piso, y el cuello estaba adornado con enormes collares de oro.
El francés, desesperado por huir, no dudo un segundo más alejarse rápidamente de la cuarta entrada para dirigirse a su objetivo.
La extraña criatura comenzó a realizar una serie de ruidos, como si estuviera llamando a alguien. Jean-François empezó a correr nerviosamente para ubicar la novena puerta, una vez que llegó hasta ella empujó fuertemente hacia adentro para poder pasar.

Nuestras escrituras nos permiten mantener el Orden, pero no debemos olvidar que el Caos también sirve a nuestros propósitos.

domingo, 23 de octubre de 2011

(16) Concilio

1839 se transformó en un año crucial en la vida de Juana Manso. Los hechos ocurridos forjaron el andar terrenal de quien es considerada por muchos la primera militante feminista argentina.
A sus 20 años debía abandonar su Buenos Aires para escapar de la persecución del gobierno de Juan Manuel de Rosas.  Su delito era colaborar desde lo educacional con el gobierno Unitario de Bernardino Rivadavia, un buen amigo de su padre José. Los años que siguieron fueron más de lo mismo, pero así y todo, su lucha continuó. Fundó periódicos, escuelas y escribió el primer compendio sobre la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Todo en función de cubrir las necesidades de los niños y emancipar a la mujer.
Cuando faltaban poco más de media hora para la medianoche, un reluciente auto alemán estacionaba al 100 de la calle que lleva su nombre.  En el asiento trasero, el funcionario público repasaba sus ideas. La reunión era simple, no debería costarle más que tres o cuatro favores y todo estaría solucionado. Al menos por el momento.

-¿No podíamos juntarnos el lunes, por lo menos?- preguntó una de las nueves personas presentes en aquel fastuoso salón de usos múltiples.
-No te va a hacer nada mal laburar alguna vez en tu vida.- contestó duramente la Presidenta de la Nación.
-Bueno, muchachos,  esto es muy simple. Hace un mes venimos viendo cosas raras en San Telmo y la idea es que no se metan. Es decir, cualquier cosa que escuchen o les vengan a contar la ignoran. No queremos ni siquiera que entren en el barrio.- El alcalde de la ciudad hablaba con tranquilidad y firmeza.
-¿Qué pasa?- arremetió quien se ubicaba justo frente a la mandataria.
-No estamos seguros, suponemos que alguna protesta pero, realmente, no imaginamos por qué.  Lo que más nos llama la atención es que es en todo el barrio. No es común.- confesó el jefe de gobierno.
-Já já, o sea que nosotros acatamos sin hacer preguntas. Dejensé de joder, es viernes a la noche, todos teníamos mejores cosas que hacer.  Hagámosla corta, a nosotros nos chupa un huevo qué carajo pasa en el barrio, digan qué ofrecen.
-Un millón, pesos. Lo reparten entre todos los medios.  Si en un mes no averiguamos qué pasa nos juntamos de nuevo y arreglamos otra cosa.- La voz de alcalde dejaba de ser firme.
- Ni en pedo, mínimo diez palos y las licitaciones que hablamos el año pasado. - el anciano trajeado dobló la apuesta.  
-Mirá, pelotudo, yo no estoy acá para hacer un negociado con ustedes.  Tengo mil formas de borrarlos de a uno y lo saben.- la jefa de estado los miró fijo, uno a uno.
-Listo, vamos muchachos.- soltó el más robusto de los siete.
-Paren, viejo. No se pongan en boludos. No les vamos a regalar todo por algo que puede ser una pelotudez. Les damos diez y lo otro lo charlamos, en todo caso, el mes que viene.- el jefe de la ciudad necesitaba el arreglo.
-Cinco palos verdes, entonces.
-No están viendo toda la película, esto es un intercambio de favores sobre algo que no sabemos.  Saben bien que entre los dos los bajamos en dos días. No sean giles, agarren los diez pesos y charlamos en febrero.-  esta vez, el hombre sonó convincente.
- ¿Y los medios chicos?

La primera hora del sábado se inauguró con cerca de veinte autos abandonando el edificio de Juana Manso al 100. Luego de pocos metros tomaron por Mariquita Sánchez de Thompson famosa por haber interpretado por primera vez el Himno Nacional Argentino el 14 de mayo de 1813.



Escrito por: Matías

viernes, 21 de octubre de 2011

(15) Ser o morir


“…estos salvajes no tienen leyes ni fe y viven en armonía con la naturaleza. Entre ellos no existe la propiedad privada, porque todo es comunal. No tienen fronteras ni reinos, ni provincias ¡y no tienen rey! No obedecen a nadie, cada uno es dueño y señor de sí mismo. Son un pueblo muy prolífico, pero no tienen herederos porque no tienen propiedades.”
Américo Vespucio (Cartas)



-Buenos días, padre. Le dejo a Franco y a Damián.
- Hola, Sonia. Gracias, igual hoy no los voy a necesitar.  No porque no sean unos magníficos monaguillos sino porque hoy no haremos la misa habitual.
-¿Por? ¿Pasó algo? No me diga nada, se insoló de nuevo.
-No es eso, no te preocupes. Simplemente quiero usar el espacio de la misa para comunicarle algo a la gente del barrio. De todas formas, quiero que te enteres junto con los demás asique te veo en un ratito.
-Sssi, claro.
-Una cosa más, Sonia. Te pido que me hagas el favor de avisarles a los chicos del coro y a Fabián que se ubiquen en los bancos.



Quizás fueron las charlas sobre los 35 grados, quizás fue el tradicional murmullo que precede a la misa, quizás fue la forma autómata de comportarse ante toda rutina o, simplemente, no había nada que advertir mientras nadie se viera afectado. Los laicos jamás notaron la presencia del padre Tomás, desprovisto de alba, sotana y estola,  de pie frente altar,  de frente a Jesús crucificado.
Mariano, por su ubicación, lo reconoció primero.  Veintiocho segundos tardó en avisarle al resto.
El silencio dio vuelta al cura, sus manos seguían a la vista de Jesús.
-Buenos días a todos. Como verán, no es un domingo como cualquier otro.
Las ovejas no entendieron.
-Bien, voy a tratar de ser lo más claro posible. Hoy no voy a dar la misa porque tengo algo que comunicarles y me parece que, dado el tema que quiero abordar, no corresponde que lo haga en el marco de la ceremonia.
El pastor hablaba con calma.
-Como muchos de ustedes deben notar, el barrio viene siendo afectado por varios inconvenientes. Hablábamos el domingo pasado, tras terminar la misa, sobre los cortes de agua, las caras nuevas,  los disparos durante las noches y otros temas. Bueno, quiero contarles que muchos de estos hechos no son aislados ni azarosos.  Hace casi siete meses existe una situación de la cual no pude hacerlos parte hasta el día de hoy. Permítanme corregirme, ustedes ya son parte, fueron parte desde un principio, pero hoy es el día en el que serán conscientes de su rol.
Las ovejas escuchaban, procesaban, razonaban. Seguían sin entender.
-Como les decía, hace siete meses un grupo de vecinos comenzó a delinear las bases de un movimiento organizado con el objetivo de refundar lo que hoy llamamos San Telmo. Para ser más preciso, lo que hoy llamamos Buenos Aires.  Yo, como cabeza de esta iglesia, vengo ayudando al movimiento en algunas cuestiones y mi idea es continuar con esa misión. Quiero serles completamente sincero, la realidad es que no es, ni será, un movimiento bien recibido ni por las autoridades institucionales ni por muchos de ustedes.  Sin embargo, como parte del movimiento y como su sacerdote tengo la obligación de decirles que en no más de quince días el barrio que conocen no será lo mismo.
Y la primera oveja baló.
-¿Pero qué es toda esta incoherencia, padre? ¿Puede ser un poco más específico, por favor?- pregunto, sin perder las formas, el más pulcro de todos.
-No puedo ser muy específico, Ricardo. Lo que si voy a hacer es contarles algunas de las cosas que van a comenzar a suceder en estos días. Básicamente para que ustedes tomen las decisiones que les parezcan más convenientes para sus vidas y las de sus familias.
Cuán difícil debe haber sido para las ovejas reconocer a su pastor predicar en un tono diferente.
-A partir de esta noche, muchos de ustedes recibirán la visita de integrantes del movimiento que les explicarán cuáles son los objetivos y las razones de la organización. Pueden ser visitas sorpresivas o comunicados en lugares en donde no se llame la atención. Como ya se deben imaginar, este movimiento no responde a las leyes que conocemos por lo que el modo de operar es discreto, por decirlo de alguna manera.
El más pulcro de todos insistió.
-¿Pero qué clase de locura es está? ¿Está enterada la policía de esto?
-A ver, digamos que sí. Es decir, la policía y el Gobierno de la Ciudad, gracias a su servicio de inteligencia ilegal, saben de cierto grupo que atenta contra el orden. Lo que no conocen es la magnitud de esto y, mucho menos, los fundamentos y objetivos. Pero, como les decía antes, no voy a explayarme en esas cuestiones. Ustedes sabrán lo que quieran saber pero en otra ocasión, cuando pueda afectarlos.
Una oveja gorda se preocupó por su cría.
-Padre, no entiendo, ¿es para asustarse esto o no?
-Rita, te pregunto de corazón, ¿la vida de hoy no te da miedo? ¿O acaso pensás que en tu privacidad estas fuera de peligro? El temor es parte de nuestras vidas y nuestra idea es combatirlo. Este movimiento apunta a mucho más que cuestiones materiales. Este movimiento busca la paz, el amor, el bienestar interior, la raíz de nuestra identidad. Jamás iríamos contra los inocentes, es por eso que cada persona que tome contacto con el movimiento tendrá su oportunidad de elegir de qué lado estar. Eso sí, pensamos que no hay tiempo para grises. Miles y miles de años de abnegación hicieron de nosotros lo que somos, y cuando digo nosotros los estoy incluyendo. A partir de ahora avanzamos sin que nos tiemble el pulso.  Con perdón de la expresión, quien tenga las pelotas para luchar por algo que vale la pena es bienvenido y quien no, que empiece a hacer las valijas.
Y una se descarrió del rebaño.
-No, esto es una locura. Resulta que vengo con mi familia a la misa y me encuentro con este discurso proselitista y con una amenaza de mala muerte de un cura rebelde. Le digo una cosa, Tomás, me voy directo a la comisaría porque, por más que esto sea un invento, usted merece estar preso por amenazas. Y mañana voy a llevar esto a sus autoridades.
-Señores, ustedes pueden hacer los que les parezca. Creo que cumplí con mi objetivo. De todas formas quiero que quede en claro una cosa. Nosotros vamos a luchar por todos y esperamos que nos ayuden. Esto no es una amenaza ni nada parecido, mi obligación, por el cariño de tantos años, es ponerlos al tanto de la situación. Obviamente no van a haber más misas, mi edificio estará a disposición de las actividades que le competen al movimiento y a sus integrantes. Les pido por favor que le comuniquen a todos los vecinos que conozcan lo poco que aquí pude contarles.
El silencio giró nuevamente al cura. El padre Tomás observó por última vez al Jesús muerto antes de dirigirse a la sala ubicada detrás del altar.

Escrito por: Matías